En su lugar, el aprendiz se concentró en buscar un camino, señalándole a Hana un enorme tronco en mitad del paso, por dentro del cual podían pasar para llegar hasta una zona diferente. Asintió a la propuesta. Sin embargo, no pudo evitar mirar atrás un momento, despidiéndose del hermoso campo de flores que estaban a punto de dejar. Del paraíso en el que creyó despertar.
Llevada por un impulso, se agachó para arrancar un ramo de flores por el tallo, que se llevó para el camino. Como iba detrás de Ragun, podía maniobrar sin que le viera (y de paso, vigilarle). Trató de hilarlas entre sí, como había visto hacer a algunas floristas, pero los resultados acababan en desastre.
Y cada vez le iban quedando menos flores.
Entonces, estornudó a causa del polen que había entre los pétalos. Se pasó la mano por la nariz y por los ojos, que lagrimeaban un poco, antes de mirar la espalda de Ragun y abrir la boca, en un principio con la intención de pedirle un alto, aunque tuviera otros deseos.
—¿Ragun?
—Hazme una corona de flores —le pidió, extendiendo el ramillete que le quedaba—. ¡Venga, hazla ya! ¡Ahora que estamos atrapados, y no sé muy bien cómo ha podido pasar! Éramos adversarios, y aún lo somos, ¡pero la guerra me da igual! Hazme una corona de flores. ¡O lo que sea, me da igual!
—Déjame, Hana.
—Vale, adiós… —suspiró, ¡cómo si de verdad lo sintiera!
¡Eso fue el colmo! ¡El hechizo, encantamiento, polvos o lo que fuera iba a peor! Ya ni siquiera se basaba en lo que quería decir, sino en lo que pensaba para sí misma y que nunca habría expresado en palabras. ¿Qué iba a ser lo siguiente? ¿Empezar a cantar por un suspiro? ¡Lo que le faltaba por ver!
Y es que ya le costaba demasiado ni siquiera abrir la boca. Hablar era algo demasiado natural, y ya no digamos estornudar o bostezar. Se estaba agravando.
En esta ocasión, no pintó en el suelo para desviar el tema de conversación (¿tenían alguno?) o se trató de excusarse. Dejó caer el resto de flores al suelo, como si eso respondiera a la muda pregunta del aprendiz de si iba en serio o no, y pasó por encima de ellas para continuar por donde Ragun le había indicado.
Claro que iba en serio. Se había planteado internamente pedirle ayuda, pero jamás, jamás lo habría hecho. Ni la quería. Las flores eran bonitas. No obstante, no eran nada comparado con conservar los pocos rastros de dignidad que le quedaban.