Después de haberse despedido de Rosa, se sentía con más fuerzas si cabe para emprender su nueva aventura. Tenía un motivo extra para tratar de hacerlo lo mejor posible; no decepcionarla. Así que esperó pacientemente a que llegara la hora acordada y Rebecca apareciera para buscarle.
Y en efecto, ella acudió puntual a la cita.
—
M-me alegra ver que no te e-echas atrás. Me encantará ser tu Maestra.
—Será todo un honor —dijo antes de inclinar levemente la cabeza.
Quizás resultaba curioso tener a una Maestra mayor que uno mismo, pero sabía que la edad en ocasiones no tenía por qué corresponderse con la habilidad.
—
¿Está todo… en orden?—
Ya no me queda nada más que hacer aquí, así que supongo que sí…Rebecca pareció querer asegurarse primero de que no hubiera nadie en las cercanías, antes de volver a invocar su Llave Espada. Aún estando bajo el sol y no a la luz trémula de las velas, le seguía pareciendo impresionante.
—
Cuando tomes esta Llave Espada y aceptes convertirte en mi Aprendiz…obtendrás la tuya propia. Entonces… serás miembro de la Orden de Tierra de Partida. Pero para serlo d-debes hacer un juramento —la mujer aspiró una bocanada de aire para poder decir, lenta y gravemente—:
Nunca intervendrás en el devenir de un mundo —casi ni necesitó que ella le mirara seriamente para comprender aquello de lo que le estaba advirtiendo de forma implícita. No podía hacerse fuerte y después arrojarse contra Maléfica para evitar que su maldición acabara con el reino. Sólo actuar en la medida en la que los Sincorazón estuvieran poniendo en peligro a la gente—.
Y, ante todo, nunca desvelarás el secreto de la existencia de los mundos a nadie que no esté relacionado con la Orden.Se quedó mirando la Llave Espada durante un instante, para prepararse. Aquello no era como la promesa que podía haberle hecho a Rosa diciendo que iba a regresar; un juramento era algo mucho más solemne si cabe. Sintió algo frío en la mano y no fue necesario que bajara la vista para saber que Ygraine le estaba empujando con el hocico. Esbozó una sonrisa.
—
Juro servir a la Orden de Tierra de Partida y, como caballero de la misma, me comprometo a cumplir sus tareas y seguir sus directrices —no estaba seguro de si necesitaba más pompa y circunstancia que aquella, pero a Rebecca pareció bastarle.
—
Ahora invoca la tuya. S-sólo con desearlo aparecerá Aleyn respiró hondo antes de cerrar los ojos. De alguna manera, pensaba que hacerlo así sería más sencillo. Nada más desearlo, sintió que su mano dejaba de estar vacía, y abrió los ojos para comprobar que, efectivamente, había logrado invocar con éxito su propia Llave Espada.
Era mucho más sencilla que las que poseían Rebecca o Nanashi, mas supuso que sería normal al tratarse de un novicio recién iniciado. Nunca había empuñado espada de ningún tipo, aunque de alguna forma, se sentía más cómodo con aquel arma tan extraordinaria que con la lanza que el día anterior había utilizado de cualquier manera. Era como una extensión de sí mismo, aunque aún le quedara aprender a utilizarla.
—
Haz l-lo mismo que yo —dejó de observar cada milímetro de la Llave Espada para ver cómo la que iba a ser su Maestra lanzaba la suya al aire.
Antes de que pudiera preguntarse por qué había que hacer aquello, el arma empezó a caer, aunque ya no tenía la misma forma que antes. Se trataba de algo que ni siquiera podía empezar a describir, con aspecto metálico. Y mucho más grande que la Llave Espada a partir de la cual se había formado. Por suerte Rebecca le sacó de su confusión definiendo aquello como «glider». Hasta entonces no se había parado a pensar en cómo los Caballeros se moverían entre los mundos, aunque si le hubieran preguntado, seguramente habría optado por alguna especie de carruaje mágico tirado por criaturas míticas. Pero esa no dejaba de ser la mentalidad propia de su mundo, claro. Quién sabía qué métodos de transporte podían llegar a utilizarse en otros lugares.
La joven morena le ofreció entonces un brazalete de metal. Como podía ponérselo donde más quisiera, se lo colocó en el antebrazo izquierdo, para que no le molestase al blandir la Llave Espada. En un principio pensó que era algo simplemente simbólico, como un emblema, pero Rebecca pulsó el suyo y su cuerpo quedó envuelto en luz. Sus ojos protestaron levemente, aunque no apartó la vista, asombrado, y mucho más aún cuando al desaparecer, una armadura cubría a Rebecca de forma que le resultaba irreconocible, puesto que no dejaba visible ni un solo milímetro de piel.
—
Esta armadura te protegerá de la oscuridad cuando viajes entre los mundos… Nunca vayas sin ella, ¿d-de acuerdo? Y-Y ahora, voy a enseñarte a volar.
Asintiendo, procedió a hacer lo mismo que ella. Primero lanzó la Llave Espada, aún temiendo que después iba a caerle sin más sobre la cabeza, pero se comportó como debía y al llegar a tierra se había transformado en algo que no le costó identificar. Su glider era metálico, como el de su Maestra, aunque su forma era muy diferente, asemejándose a algo que más de una vez había leído en las historias.
Un dragón.
A continuación, pulsó el brazalete y se vio rodeado de luz, antes de sentir la protección de su armadura. No podía verse, claro, así que decidió que cuando llegaran a su destino buscaría una superficie de agua aunque solo fuera para comprobar si era igual que la de Rebecca o, como había ocurrido con el glider, tampoco compartía su aspecto.
Una vez terminados los pasos previos, intentó memorizar todas las instrucciones de su Maestra para poder controlar el glider y no caerse desde lo alto. Ni siquiera había tenido experiencia montando a caballo, así que al principio aquello se le hizo tremendamente complicado, pero esperaba mejorar pronto.
Se preguntaba cómo iba a poder Ygraine viajar con ellos, al no poseer armadura de ningún tipo, pero por supuesto Rebecca había pensado en eso. Al principio se sintió un poco inseguro al ver cómo la joven morena apuntaba con una esfera a su compañero, aunque ella le tranquilizó diciendo que no habría ningún problema, y se limitó a desear que el viaje no fuera demasiado agitado para el zorro. Anotó mentalmente el comprar la Cápsula –fuera lo que fuese aquello- como su Maestra le había indicado, cuando llegaran a su destino.
Y con eso, acababa todo paso previo. Era hora de partir.
—
¡Vuela siempre detrás de mí!Rezando para que la Fortuna le sonriera y no terminase cayendo del glider a medida que iban alzándose cada vez más, por encima de todo cuanto había conocido hasta entonces. Y a pesar de tener miedo de precipitarse contra el suelo, se sentía poderoso. Ni en sus mejores sueños habría imaginado que sería capaz de volar, aunque no fuera gracias a un par de alas. Aún sin saber si aquella primera vez tendría vértigo o no, se atrevió a mirar hacia abajo, hacia todo lo que dejaba atrás. El bosque que en su día le había parecido extenso ahora se veía pequeño, diminuto. Tras un último vistazo, alzó la mirada en dirección a su destino, donde esperaba convertirse en algo que jamás antes habría deseado poder llegar a ser.
No sabía cómo de lejos estaría Tierra de Partida, o qué clase de mundo era. Sin embargo, mientras ponían rumbo a las estrellas, había algo que podía sentir como una certeza casi absoluta.
El mundo que dejaba atrás siempre sería su hogar.
Y no importaban los peligros a los que tuviera que enfrentarse, o lo duro que resultara el entrenamiento. Se lo había prometido a Rosa.
Algún día, cuando fuera más fuerte, cuando fuera un caballero de verdad, regresaría a su lado.
Y aquí termina cuanto tengo que decir. Ha sido un prólogo muy interesante, así que debo darte las gracias, Suzume.