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Era una mañana normal en las islas. Bueno, normal, dentro de lo que cabe. No había mucho que hacer desde que, tras la orden del alcalde a todos los adultos y niños de la ciudad, se prohibiera visitar los pequeños islotes cercanos a la isla principal. Los más pequeños se habían quejado sin descanso, pero ante las órdenes de sus padres, nada podían hacer.

Kairi era una de esas niñas. Por supuesto, había recibido la misma prohibición, y sin amigos, ni nadie más, sólo podía pasear por la misma playa de siempre, por las mismas calles de siempre, y mirando las mismas caras de siempre. La vida, en pocos días, se había vuelto monótona y aburrida.

¿Era la hora de hacer algo o, por el contrario, la monotonía no estaba tan mal, al fin y al cabo?

Hacía un buen día y Kairi decidió, como siempre, salir de casa a pasear. Parecía un día tranquilo, con los niños jugando por las calles de la ciudad, correteando y riendo. Solo había algo diferente: ahora las calles estaban más llenas de niños que antes, por culpa de la prohibición impuesta a todas las personas de la ciudad respecto a las otras islas.

A Kairi le gustaba ver ese ambiente tan animado, pero a veces, el alboroto le impedía pensar y estar tranquila. Como al resto de los niños de la ciudad, le fastidió el no poder volver a las islas, ya que eran el lugar ideal para disfrutar del paisaje a solas y pensar en sus cosas. Desde hace unos días, a veces se quedaba en casa viendo anime o con algún videojuego.

Pero esa mañana, decidió que ya era lo suficiente mayor como para arreglárselas sola con lo que fuera que hubiera en las islas. Fue al muelle, cogió una barca y se dirigió a las islas. Parecían estar igual que siempre, sólo una extraña atmósfera inundaba el aire. Kairi caminó por la arena vigilando en todo momento.

A Kairi, la fresca brisa con olor a sal y arena no dejaba de parecerle de las sensaciones más agradables de su hogar. La refrescaba al acariciarla con suavidad en el rostro, como si se tratara de un invisible amante, y la hacía sentir feliz, como en casa. Como en casa... extraña e irónicamente, precisamente cuando había escapado de ella.

"Escapado". La palabra no sonaba tan bien ahora que la había dicho, ensimismada, cuando realmente había hecho lo que se había prometido desde que se impusiera la prohibición. Sin duda, ella se había sentido capaz de hacerlo, y no había temido a las consecuencias. Siempre había sido valiente, y varias veces su mente se convertía en una viajera, en visitante de mundos lejanos más allá de aquella blanca arena.

La arena podía ir a donde quisiera. Siempre y cuando fuese acompañada por las olas, por supuesto. Eran como un caballero y una princesa prisionera, si lo pensaba. El primero llegaba desde tierras lejanas y, en un fuerte y cálido abrazo, prometía llevar a la joven a lugares lejanos, para no volver jamás. La arena era igual que aquella princesa. Sólo Dios sabría por cuántos mundos desconocidos habría viajado, arrastrada por las interminables olas del mar. Sólo Dios sabría de qué lugar habría traído el llavero que ahora la chica llevaba al cuello.

Sólo Dios sabría a dónde podría llevarla si, algún día, aquel con quien pudiese compartir el fruto en forma de estrella le prometiese acompañarla más allá del horizonte.

La chica ansiaba poder visitar nuevos lugares y perderse entre ellos, con esa persona especial a su lado, protegiéndola aunque no fuese necesario. Era uno de sus sueños. También soñaba con independizarse. Sus padres siempre habían sido demasiado protectores y a veces se sentía limitada.

-Al menos ya he dado el primer paso- pensó. Sí, aquello no había estado mal. Se sentía feliz de poder hacer lo que consideraba necesario para ella. Pero también debería ser responsable a partir de ahora, ya no era una niña.

Siguió andando. De momento, todo estaba tranquilo. Se fue alejando de la arena para adentrarse en la hierba. Recordó que los niños solían jugar mucho a pelearse entre ellos con espadas de madera y hacían duelos y competiciones. Cuando Kairi era pequeña, también jugaba con ellos unas pocas veces. Como no tenía espada, le prestaban una. Más de una vez pensó en hacerse una propia, pero como no solía jugar mucho con los demás niños, descartó la idea.

Ensimismada en sus pensamientos, Kairi vio un agujero en una pared de roca recubierta por la hierba. Entró y vio la cueva en la que los niños solían dibujar. Buscó por las paredes y vio el dibujo que hizo ella hace años, una especie de castillo de cuento de otro mundo. Kairi se alegró de que aun siguiera ahí. Al fondo de la cueva había algo parecido a una puerta que, para variar, estaba cerrada.

Los dibujos inmortalizados en las paredes de roca de aquella pequeña cuevecilla parecían contar historias lejanas. Tal vez esa era una de las varias razones por las que Kairi pasaba a veces el rato admirando las creaciones de los niños de las Islas. O por lo menos, eso hacía antes de que aquella prohibición hubiese comenzado. El hecho de que la alejaran de aquellos lugares que tanto admiraba y que la hacían sentirse tan bien la irritaba.

Por lo menos podría contemplar aquellos garabatos y aquella enigmática puerta una vez más.

La miró otra vez luego de captar algo extraño por el rabillo del ojo. Por unos instantes, parecía que algo había salido de la puerta; como si algo se hubiera deslizado, sin abrirla siquiera, a través de ella. Seguramente la mente le jugaba trucos ahora que se hallaba tan sola en el islote que antes pareciera tan vivo, pues era obvio que aquella entrada se hallaba cerrada a cal y canto, como siempre.

Hubo un ruido extraño afuera. Como si alguien hubiese golpeado a un alguien más con una espada de madera, como en los viejos tiempos. Kairi se sintió algo preocupada. ¿No había sido la única en abandonar la isla principal cuando nadie la veía? ¿Algún niño con ansias de revivir memorias había tenido una idea similar?

¿Debía quedarse allí o salir a investigar?

Aquel ruido la hizo salir de sus pensamientos. No estaba sola, había alguien más en la isla, y parecía estar luchando contra alguien... o algo. Sin pensárselo dos veces, Kairi salió de la cueva y corrió hacia el lugar donde se estaba produciendo el ruido. No le importaba lo que se pudiera encontrar allí, sólo queria ayudar a quien sea que estuviera en peligro. La imagen de un niño siendo atacado le vino a la cabeza, no podía permitir que hirieran a un niño.

Corrió más hasta llegar al lugar, preparada para enfrentarse a lo que fuera que estuviera pasando.

No podía creer a sus ojos.

Frente a ella no se hallaba niño alguno, sino una delgada mujer con armadura y capa, peleando hábilmente contra varios enemigos de color negro. La desconocida luchaba de una manera algo danzarina, dando amplias y elegantes vueltas, como para bloquear y atacar los golpes desde todos los ángulos con un sólo movimiento. Su cabello castaño ondeaba en cada giro, casi como se tratara de un arma más.



Sus contrincantes, por el otro lado, eran diminutos, más que un niño pequeño, pero parecían saber moverse en una pelea. Lo único que Kairi pudo distinguir fueron sus brillantes ojos de color amarillo y el par de antenas que brotaban de sus cabezas. No parecían muy aterradores, pero parecían ser peligrosos, pues tenían a aquella extraña mujer acorralada.



Kairi vio cómo las sombras comenzaban a multiplicarse, saliendo de las profundidades de la arena. Eran fácilmente más de dos docenas, y la guerrera parecía tener problemas para mantenerlos a raya, pues la habían acorralado en un círculo completamente cerrado.

Sus ojos verdes se posaron en una improvisada arma de madera que había sido abandonada en la arena. ¿Debía ayudar? Probablemente no tendría que hacer mucho, simplemente romper el círculo para que la guerrera pudiese encargarse de lo demás. Pero parecía ser bastante peligroso... ¿Y si todas las sombras se lanzaban contra ella antes de que la desconocida pudiese hacer algo?

¿Qué debía hacer?

Aquellos extraños seres rodeaban a la chica, no parecía que pudiera escapar de allí. Kairi tenía que hacer algo. Cogió el arma de madera de la arena y corrió hacia allí.

Intentó recordar lo que habia aprendido de niña, cuando jugaba a hacer duelos con los niños con aquella espada de madera prestada. Empezó a pegar con fuerza a los enemigos, intentando abrir un agujero en ese círculo cerrado.

Aquellos extraños seres rodeaban a la chica, no parecía que pudiera escapar de allí. Kairi tenía que hacer algo. Tenia miedo, pero aun así cogió el arma de madera de la arena y corrió hacia allí.

Intentó recordar lo que habia aprendido de niña, cuando jugaba a hacer duelos con los niños con aquella espada de madera prestada. Asustada, se lanzó contra la barrera de enemigos, asestando espadazos a cada enemigo que veía, intentando abrir un agujero en ese círculo cerrado.

-¡Dejadla en paz! ¡Marchaos de estas islas!- gritó mientras atacaba a todo ser negro y con antenas que veía.

Apenas la vieron, aquellas criaturas se lanzaron contra ella. Literalmente. Dieron un enorme salto, tan alto que cubrieron el sol que golpeaba a la chica en el rostro, convirtiéndose casi en una oscura nube de tormenta; y luego, como el rayo proveniente de la misma, por lo menos seis de ellos se dejaron caer sobre la joven, quien no pudo hacer más sino cubrirse con los brazos.

—¿Eres idiota, niña? —gritó la desconocida, asestando un corte horizontal con su extraña arma, haciendo así que por lo menos cinco de las sombras desaparecieran como polvo en el viento. Si su mente no se hallase dominada por el pánico y terror, a Kairi le hubiera resultado una muerte de lo más extraña; sin embargo, cuando su vida podía ser salvada por aquella extraña guerrera (cuando su intención era que sucediese todo lo contrario) no podía importarle menos la naturaleza de aquellos extraños seres.

—Siempre protege a los inocentes... —murmuró la joven. Luego, alzó su extraña arma al cielo y exclamó—: ¡Magneto!

Tras decir aquellas palabras, todas las sombras, incluso las que atacaban a Kairi, comenzaron a flotar en el aire, atraídas hacia una especie de vórtice oscuro. Cuando todas se concentraron en el centro, la guerrera apuntó al orbe con su arma...

...y exclamó:
—¡Electro!

Y tras aquellas palabras y un potente destello de luz, todas aquellas hostiles criaturas desaparecieron.

-No soy una niña.- dijo Kairi algo irritada mientras miraba a su alrededor. Todas aquellas criaturas habían desaparecido. No se imaginaba el poder que tenía a quella mujer, aunque si Kairi no se hubiera lanzado contra aquellos seres, podían haber acabado con ella.

Ahora que no había enemigos, pudo observar a la mujer más detenidamente. Tenía orejas de gato y llevaba una especie de armadura muy extraña, pero más extraña era su arma. Parecía una espada, aunque tenía la forma de una llave gigante. Eso fue lo que más llamó la atención de Kairi. Ya más calmada, preguntó:

-¿Quién eres? No recuerdo haberte visto nunca por estas islas.- y, mirando su arma, añadió: -Es una espada muy rara, pero parece poderosa.

Las preguntas inundaban la cabeza de Kairi: -¿Qué eran esos seres? Perdona por hacerte tantas preguntas, pero estoy nerviosa y algo asustada por todo esto.- dijo después.

—Sólo una niña se lanzaría ante un enemigo de una manera tan tonta y tan impulsiva —respondió la mujer.

Ahora que la batalla había terminado y uno podía observarla con atención, podría darse cuenta que la guerrera era bastante joven. En realidad, más joven que Kairi, posiblemente rondando los diecisiete o dieciocho años. Probablemente la había llamado "niña" debido a su estatura. En su cabeza, extrañamente, lucía las orejas de algún animal, como los mestizos solían hacerlo; aunque, debido a que era el único rasgo bestial que tenía, posiblemente aquellos genes no habían llegado de un ancestro directo.

—Pudiste haber salido herida, sabes... —la joven señaló una cicatriz que surcaba su ojo derecho—. Luchar contra los Sincorazón no es ningún juego —la desconocida dejó escapar un suspiro y miró al mar, como añorando el mundo de donde había llegado, ahora tan lejano—. Usualmente, no me gusta involucrar inocentes en esta guerra. Pero en vista de que, de cierto modo, me has salvado la vida (aunque, como has podido ver, sencillamente estaba conteniéndome), contestaré tus preguntas —la joven sonrió, como orgullosa de poder decir al mundo quién era.

>>Empecemos por el principio, ¿de acuerdo? Mi nombre es Lyn, y soy una Maestra.

-¿Maestra? ¿Enseñas algo?- preguntó Kairi con curiosidad. Era otra faceta de Kairi, que a veces podía traerle problemas. Es muy curiosa y muestra interés por todo, pero a veces el saberlo todo no era bueno.

-¿Y qué eran esos "sincorazón", como tú los llamas?- preguntó. Kairi nunca había visto antes unas criaturas como aquellas. Por lo peligrosas que eran, supuso que por eso el alcalde había puesto la prohibición de ir a las islas. Pensó enseguida que podría haber más, así que decidió quedarse con la espada de madera para protegerse en el futuro. -(No parece que les haya hecho mucho daño a esos seres, pero algo es algo.)- pensó.

Kairi miraba con curiosidad a Lyn, esperando respuestas.

-Ah, y me llamo Kairi- soltó al final con una sonrisa.

—Kairi... —repitió la joven, con una sonrisa—. Es un bonito nombre. Te queda... "el mar" —halagó la joven, mirando a la interminable extensión de agua que tenía a sus espaldas.

Aquella extraña combatiente parecía haber cambiado su actitud de un momento a otro; antes le había gritado a Kairi y la había insultado, pero ahora le dedicaba una sonrisa tibia, con una pizca de afecto, a pesar de no conocerla. Tal vez, aunque ella era más joven que la chica a la que había rescatado, se veía, de una u otra manera, a ella misma en el pasado.

—Esos monstruos que viste son llamados Sincorazón —comenzó Lyn, comenzando a caminar en círculos en la arena—. Se presentan en muchas formas, pero siempre para un mismo objetivo... robar los corazones ajenos y sumirlos en la más profunda oscuridad. Esto es un problema que mi gente y yo queremos evitar a toda costa. Queremos salvar a todos estos mundos inocentes.....