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Llegar a Cabo Blanco no había sido difícil. Desde Tortuga habían embarcado en el navío de Ana Lucía, la Sombra de Luna, disfrazados de mujeres para pasar desapercibidos. La misión requería bastante cuidado en ese aspecto porque según la información que ambos habían recabado, aquella tripulación de mujeres era muy fiera y no admitía hombres en sus filas. Si les pillaban lo iban a pasar muy mal. Sin embargo habían superado la primera etapa, de momento. Durante todo el viaje desde Tortuga a Cabo Blanco, ninguna mujer se percató (¿o quizá fingió percatarse?) de que los solicitantes del puesto para la misión eran chicos disfrazados de mujer.
Una vez llegaron a la isla de las mujeres, Enok y Simbad tuvieron que ayudar a avituallar el navío de nuevo para la misión de búsqueda. Quizá cuando terminase la misión, si es que no les pillaban con el género y sexo equivocado, pudieran visitar el pueblo que se veía desde el puerto. Cuando todo estuvo dispuesto, la Sombra de Luna levó el ancla y soltó amarras.
De la capitana, Ana Lucía, no había rastro, debía de estar en su cabina. Fue la segunda al mando del barco, Faris, la que puso orden en cubierta.
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—¡Muy bien, señoritas, a trabajar, tenemos que entrar en ruta lo antes posible! —La mujer se dirigió a Simbad y Enok y les volvió a echar un vistazo de arriba a abajo, como había hecho un par de veces durante el viaje de ida, como si no terminase de creer que fueran chicas por su ropa o sus formas—. Vosotras dos, a las jarcias, en cuanto alcancemos el rumbo del barco perdido preparaos.
Eran instrucciones muy sencillas: Trabajar en el barco como las demás y esperar al aviso de Faris. Sólo era buscar un barco perdido, ¿qué podía salir mal?