En el campamento, el hada simplemente se detuvo ante un cofre y nos hizo señales para que lo abriésemos.
Hitori no tardó en apuntar con su Llave Espada a la cerradura, que se abrió inmediatamente debido a la habilidad especial del arma. En su interior, descansaba un rubí que por su tamaño tenía aspecto de ser bastante valioso...
El hada asintió enérgicamente cuando mi compañero le preguntó si eso era lo que quería, y cuando se lo ofreció, el pequeño ser se lo arrebató de la mano, teniendo que cargarlo con ambos brazos debido a su diminuto tamaño.
—
¿Estarás bien? ¿No quieres que te ayudemos a llevarla? — preguntó
El hada negó con fuerza, apartando el rubí de nosotros. Por lo visto aquel hada no confiaba demasiado en que nos quedásemos aquel tesoro, y tras un par de aleteos, se alejó perdiéndose en la distancia. Por fin entendía que pasaba.
—
Al final no hemos conseguido pistas... ¿qué hacemos? — preguntó Hitori, decepcionado.
—
En fin... está claro que no sabía de qué estábamos hablando, pero se hizo la loca para que le hiciésemos el trabajo. — suspiré —
Qué remedio, habrá que volver a Tierra de Partida y reportar que no hemos encontrado nada.—
Al fin y al cabo, el rastro de huellas desaparecía en la cascada y probablemente perteneciese a algún habitante del mundo. Habíamos hecho un viaje y había estado a punto de matarme y solo habíamos logrado que nos tomasen el pelo como a dos tontos.
Nos pusimos las armaduras y salimos al espacio con nuestros Gliders, sin mucha prisa... total, no había muchas ganas de que Mog nos leyese la cartilla y nos montase un cirio delante de Nanashi u otro maestro.
Volvimos todo el camino hasta el pasillo donde había comenzado todo, esperando encontrar a Mog esperándonos con los brazos cruzados, pero no había nadie... o eso creíamos.
Una vocecilla casi inaudible llegaba desde los muebles flotantes, los cuales habían reducido notablemente su altura respecto a como estaban por la mañana.
—
Ay, dios mío — se lamentaba —
Como Mog vea esto, me cuelga del pompón, kupó... —
Allí, sobre el banco, había un pequeño Moguri que frotaba insistentemente con un cepillo, llevando todo el polvo brillante a un frasco que estaba casi vacío, excepto por el fondo.
—
¡Eh! ¿Qué haces ahí? — pregunté, oliéndome algo extraño.
—
¡¡Kupopó!! — gritó el Moguri, asustado por mi voz. Luego nos miró y resopló —
¡Que susto me has dado! Creí que era Mog, kupó... por favor, no le digáis que se me ha derramado el polvo de hadas del maestro Kazuki ¡Sería terrible!Resultaba que el culpable de todo aquel embrollo no era un aprendiz travieso, sino un Moguri despistado... pero el pobre acababa de cavarse su propia tumba...
—
¡¡Moglet!! ¡Pero serás ceporro, kupó! ¡¿Cómo se te ocurre coger las cosas del maestro Kazuki sin permiso?!— exclamó Mog, que había aparecido por la esquina, hecho una furia.
—
¡M-mog! Kupo, te juro que yo no... — intentó excusarse el Moguri, nada convincente —
Pero es que leí que el polvo de hadas era como azúcar y... .—
—
¡Ni peros ni manzanos! — le cortó Mog, tajantemente —
¡Vas a estar pasando el trapo hasta que el castillo parezca un espejo, kupó! — acto seguido, agarró al pobre Moglet por una oreja y se lo llevó volando sin oir sus súplicas.
No sé que sería de Moglet al final, pero Mog pareció olvidar completamente nuestra existencia y lo que había pasado aquella mañana. Ni una disculpa escrita, nada... se había liado parda por un malentendido.
Pero al menos me sirvió para aprender un par de cosas y disfrutar de una excursión, ¿no?