Re: Ronda 7
Publicado: Vie Feb 19, 2016 2:36 am
Ygraine se desperezó al romperse el hechizo, abandonando la cómoda postura en la que había estado esperando, y se movió raudo hasta llegar junto a Aleyn. El joven, por su parte, nunca había llegado a pensar que estaría tan agradecido algún día por poder ver el cielo nocturno. Pero allí estaba, sonriendo, al contemplar la bóveda celeste, ahora sí, salpicada de estrellas. La barrera había caído. Fauna merecía algo más que una felicitación por haber logrado aquella hazaña.
Su sonrisa se perdió, sin embargo, al darse cuenta de que no encontraba la luna por ninguna parte. No podía quedar ya mucho para que finalmente amaneciera. El reloj había avanzado, por supuesto, sin esperar por ellos. Y seguía avanzando, seguía avanzando…
—Bienvenido de nuevo al mundo —le dijo a Odín, tratando de relegar aquel último pensamiento a un rincón apartado.
—Hacía tanto que no veía el verdadero cielo…
—¡Tía Fauna! ¡Estamos aquí!—Por supuesto, al haber caminado en el interior de la prisión, Fauna quizás se estaba asustando al no verles cerca tras romper el conjuro—. ¡No vas a creerte lo que...!
Algo o alguien se acercaba a ellos, la oscuridad sirviéndole de refugio en un primer momento. Aleyn se llevó la mano a la empuñadura de la Espada de la Verdad, que había sujeto a su cinto. Ygraine gruñó, todo su cuerpo en tensión, antes siquiera de que Aleyn se diera cuenta de que aquella silueta era demasiado voluminosa para ser Fauna. ¿Eran los habitantes de las Ciénagas? ¿Las previsiones de Abel habían sido acertadas?
El capitán trató de mostrarse fuerte, una línea de defensa entre la amenaza y Aurora; sin embargo, Odín y Aleyn se adelantaron a su gesto.
—¡Quién va!
«No, él no es un enviado de las Ciénagas. Él… ¿qué está haciendo aquí?» Aleyn no pudo evitar que su boca se abriera ligeramente al identificar a la silueta.
—Habéis crecido mucho, alteza.
—¡TÚ! ¡MALDITO TRAIDOR!
Aleyn tuvo que apartarse a un lado, temiendo que Odín le arrollara en su intento de cargar contra el recién llegado: Mateus Palamecia, el Emperador, que había atrapado bajo su brazo a Fauna.
—¡NO! —Aurora reaccionó al ver a la rehén y se apresuró para bloquear el camino a Odín antes de que Fauna pudiera sufrir por su ataque—. Os recuerdo… Pero vos… ¡Vos moristeis después de asesinar a Erika!
—Eso es lo que Nanashi y mi querida antigua Maestra pensaban, efectivamente.—Al ver la nada sutil amenaza que lanzó Mateus contra la vida de Fauna, Aleyn se preparó para invocar la Llave Espada, aunque decidió posponerlo hasta saber qué era lo que pretendía—. No es el caso. Pero olvidemos el pasado, tenemos cosas más importantes que hacer ahora, ¿no es así, princesa? Os quedan doce horas de vida, si no calculo mal. Ahora que la barrera ha caído, deberíais continuar vuestro camino y hacer lo que más os apetezca antes de que la maldición os consuma.
Doce horas. Doce horas. ¿Y por qué Mateus Palamecia sabía aquello? Relacionarse con Nanashi podía justificar muchas cosas, pero dudaba que la Maestra le hubiera hablado de la maldición. No era asunto suyo.
—¡Miserable!
—¿Acaso quieres que muera otra hada mientras te quedas mirando?—«¿Cómo podéis emplear el recuerdo de Nanna de esa forma?»—. Si no queréis que esta anciana muera, tú, muchacho —Aleyn se sobresaltó al ver que se estaba dirigiendo a él, y trató de erguirse más de lo normal de forma inconsciente—, me traerás ahora mismo el arma de Odín. Luego os daré un hechizo para que inmovilicéis a Odín y selléis sus habilidades. Únicamente entones os devolveré a esta hada y podréis… continuar con vuestro camino, sea el que sea.
Aquello fue como un puñetazo en el estómago. Usar la vida de una persona como moneda de cambio era repugnante, cruel. Y Mateus había querido plantar esa responsabilidad en Aleyn que, igual que Odín aunque en menor medida, se estaba conteniendo para no acudir en ayuda de Fauna. Ygraine no se había movido del sitio. Sus gruñidos solo servían para hacer que a Aleyn le hirviera aún más la sangre.
La escena se hizo más difícil de soportar cuando Mateus invocó un hilo blanco con el que rodeó el cuello de Fauna. Por un momento, Aleyn creyó que iba a apretarlo hasta dejarla con tan sólo un hálito de vida. El Emperador, no obstante, logró empeorar sus previsiones. El aire se le escapó de los pulmones al ver su bota sobre la cabeza del hada. ¿Es que acaso pensaba aplastarle el cráneo de un pisotón si se negaban a satisfacer sus demandas? ¿Era simple sujeción y el arma homicida sería aquel hilo mágico? No sabía la respuesta y, por una vez, su curiosidad no le llevaba a querer averiguarla.
Aleyn le puso una mano en el brazo a Odín, intentando calmarlo —y calmarse a sí mismo—.
Por un momento, había creído que Mateus pretendía conseguir la Espada de la Verdad. Pero el Emperador no se la había pedido; había pedido la espada de Odín. Y su idea de volver a sellar al caballero… Aleyn podía seguir teniendo sus reservas respecto a Odín, de acuerdo. Apenas, eso sí, una minucia comparada con las que podía tener respecto a Mateus Palamecia. No sabía qué estaba haciendo allí —¿no se le suponía en Ciudad de Paso, gobernando?—, aunque estaba claro que sus planes no incluían ayudarles a derrotar a Maléfica.
Apretó el puño libre. Luchar contra Mateus parecía una locura a la altura de abalanzarse sobre la Emperatriz del Mal sin magia ni nada más que la Llave Espada. Aquella vez había sobrevivido de puro milagro. Nada le aseguraba que en esta ocasión corriera la misma suerte. Era evidente que algo debía temer de Odín —o tal vez no quería agotarse demasiado, aunque Aleyn prefirió no pensar en eso— porque, en caso contrario, no estaría utilizando a Fauna como rehén para poder librarse de él.
Si le hacía caso para salvarle la vida al hada, perderían a la persona por la que se habían embarcado en aquella búsqueda. Habían conseguido la Espada de la Verdad también, sí, pero… No podía confiar en que Mateus mantuviese su parte del trato. Si les atacaba después de haber sellado a Odín no tendrían ni una sola posibilidad ante él. Acabarían los cuatro muertos, y el as en la manga para ayudar al reino de Huberto inutilizado de nuevo.
Si se negaba a obedecer al Emperador, este mataría a Fauna y, de forma probable, cavarían enzarzados en una pelea de la que no tenían garantías de salir tampoco.
De cualquier forma, veía a Aurora, yaciendo pálida e inmóvil sobre el suelo. A menos que…
Si se da el caso, coge a la princesa y corre con los caballos al castillo.
Aleyn respiró hondo.
—Como vos mismo habéis dicho, olvidemos el pasado. Nuestro objetivo, nuestro enemigo, no sois vos.
A pesar de que no apartase la mirada de Mateus, pretendía dirigir esas palabras sobre todo a Odín. Estaba claro que Mateus había dejado también una huella, un rastro sombrío en aquel mundo, y que el caballero le guardaba rencor. Pero la Emperatriz del Mal aguardaba en la Montaña Prohibida. Eso era lo más importante, lo que habían venido a hacer. Esperaba que Odín lo recordara, porque no iba a poder decir nada más sin levantar sospechas.
Intentó buscar con la mirada a Abel, a pesar de que fuera posible que el capitán, dadas las inesperadas circunstancias, hubiera relegado las palabras que guiaban a Aleyn a tomar aquel camino al fondo de su mente, y no pudiera adivinar lo que iba a hacer. O quizás estaba esperando a que hiciera exactamente aquello.
Movió la mano que reposaba sobre el brazo de Odín en dirección a su espada, como pidiéndole que se la entregara, aunque Aleyn creyera que no sería capaz de llevarla hasta Mateus ni aunque quisiera.
«Perdóname» Rogó en su mente, aunque ni él mismo supo si aquello estaba dirigido hacia Aurora, Fauna, Abel, Odín o su propia conciencia. Tal vez a todos. En otras circunstancias, el incipiente sentimiento de culpa y repulsión tal vez lo habría detenido, habría tratado de idear otro plan.
Ahora no podía pensar en hacer otra cosa.
Se lanzó entonces hacia Aurora, tan rápido como pudo, mientras invocaba su glider. Nunca había llevado a nadie consigo en aquella máquina con aspecto de dragón; quería creer que, la princesa, al ser menuda y ligera, no le resultaría un problema.
Intentaría agarrar a Aurora y hacerla subir al glider. Si ella se resistía demasiado para que pudiera controlarla a pesar de su fuerza y tamaño mayores, Aleyn, con todo el dolor de su alma, la dejaría inconsciente golpeándola en la nuca. Sabía que no tenía que preocuparse por Ygraine, puesto que la cápsula de viaje lo llevaría allí donde dirigiera el glider.
Y su destino, si es que aquella maniobra de evasión funcionaba, sería el castillo de Estéfano, al que se dirigiría a la máxima velocidad posible.
Su sonrisa se perdió, sin embargo, al darse cuenta de que no encontraba la luna por ninguna parte. No podía quedar ya mucho para que finalmente amaneciera. El reloj había avanzado, por supuesto, sin esperar por ellos. Y seguía avanzando, seguía avanzando…
—Bienvenido de nuevo al mundo —le dijo a Odín, tratando de relegar aquel último pensamiento a un rincón apartado.
—Hacía tanto que no veía el verdadero cielo…
—¡Tía Fauna! ¡Estamos aquí!—Por supuesto, al haber caminado en el interior de la prisión, Fauna quizás se estaba asustando al no verles cerca tras romper el conjuro—. ¡No vas a creerte lo que...!
Algo o alguien se acercaba a ellos, la oscuridad sirviéndole de refugio en un primer momento. Aleyn se llevó la mano a la empuñadura de la Espada de la Verdad, que había sujeto a su cinto. Ygraine gruñó, todo su cuerpo en tensión, antes siquiera de que Aleyn se diera cuenta de que aquella silueta era demasiado voluminosa para ser Fauna. ¿Eran los habitantes de las Ciénagas? ¿Las previsiones de Abel habían sido acertadas?
El capitán trató de mostrarse fuerte, una línea de defensa entre la amenaza y Aurora; sin embargo, Odín y Aleyn se adelantaron a su gesto.
—¡Quién va!
«No, él no es un enviado de las Ciénagas. Él… ¿qué está haciendo aquí?» Aleyn no pudo evitar que su boca se abriera ligeramente al identificar a la silueta.
—Habéis crecido mucho, alteza.
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—¡TÚ! ¡MALDITO TRAIDOR!
Aleyn tuvo que apartarse a un lado, temiendo que Odín le arrollara en su intento de cargar contra el recién llegado: Mateus Palamecia, el Emperador, que había atrapado bajo su brazo a Fauna.
—¡NO! —Aurora reaccionó al ver a la rehén y se apresuró para bloquear el camino a Odín antes de que Fauna pudiera sufrir por su ataque—. Os recuerdo… Pero vos… ¡Vos moristeis después de asesinar a Erika!
—Eso es lo que Nanashi y mi querida antigua Maestra pensaban, efectivamente.—Al ver la nada sutil amenaza que lanzó Mateus contra la vida de Fauna, Aleyn se preparó para invocar la Llave Espada, aunque decidió posponerlo hasta saber qué era lo que pretendía—. No es el caso. Pero olvidemos el pasado, tenemos cosas más importantes que hacer ahora, ¿no es así, princesa? Os quedan doce horas de vida, si no calculo mal. Ahora que la barrera ha caído, deberíais continuar vuestro camino y hacer lo que más os apetezca antes de que la maldición os consuma.
Doce horas. Doce horas. ¿Y por qué Mateus Palamecia sabía aquello? Relacionarse con Nanashi podía justificar muchas cosas, pero dudaba que la Maestra le hubiera hablado de la maldición. No era asunto suyo.
—¡Miserable!
—¿Acaso quieres que muera otra hada mientras te quedas mirando?—«¿Cómo podéis emplear el recuerdo de Nanna de esa forma?»—. Si no queréis que esta anciana muera, tú, muchacho —Aleyn se sobresaltó al ver que se estaba dirigiendo a él, y trató de erguirse más de lo normal de forma inconsciente—, me traerás ahora mismo el arma de Odín. Luego os daré un hechizo para que inmovilicéis a Odín y selléis sus habilidades. Únicamente entones os devolveré a esta hada y podréis… continuar con vuestro camino, sea el que sea.
Aquello fue como un puñetazo en el estómago. Usar la vida de una persona como moneda de cambio era repugnante, cruel. Y Mateus había querido plantar esa responsabilidad en Aleyn que, igual que Odín aunque en menor medida, se estaba conteniendo para no acudir en ayuda de Fauna. Ygraine no se había movido del sitio. Sus gruñidos solo servían para hacer que a Aleyn le hirviera aún más la sangre.
La escena se hizo más difícil de soportar cuando Mateus invocó un hilo blanco con el que rodeó el cuello de Fauna. Por un momento, Aleyn creyó que iba a apretarlo hasta dejarla con tan sólo un hálito de vida. El Emperador, no obstante, logró empeorar sus previsiones. El aire se le escapó de los pulmones al ver su bota sobre la cabeza del hada. ¿Es que acaso pensaba aplastarle el cráneo de un pisotón si se negaban a satisfacer sus demandas? ¿Era simple sujeción y el arma homicida sería aquel hilo mágico? No sabía la respuesta y, por una vez, su curiosidad no le llevaba a querer averiguarla.
Aleyn le puso una mano en el brazo a Odín, intentando calmarlo —y calmarse a sí mismo—.
Por un momento, había creído que Mateus pretendía conseguir la Espada de la Verdad. Pero el Emperador no se la había pedido; había pedido la espada de Odín. Y su idea de volver a sellar al caballero… Aleyn podía seguir teniendo sus reservas respecto a Odín, de acuerdo. Apenas, eso sí, una minucia comparada con las que podía tener respecto a Mateus Palamecia. No sabía qué estaba haciendo allí —¿no se le suponía en Ciudad de Paso, gobernando?—, aunque estaba claro que sus planes no incluían ayudarles a derrotar a Maléfica.
Apretó el puño libre. Luchar contra Mateus parecía una locura a la altura de abalanzarse sobre la Emperatriz del Mal sin magia ni nada más que la Llave Espada. Aquella vez había sobrevivido de puro milagro. Nada le aseguraba que en esta ocasión corriera la misma suerte. Era evidente que algo debía temer de Odín —o tal vez no quería agotarse demasiado, aunque Aleyn prefirió no pensar en eso— porque, en caso contrario, no estaría utilizando a Fauna como rehén para poder librarse de él.
Si le hacía caso para salvarle la vida al hada, perderían a la persona por la que se habían embarcado en aquella búsqueda. Habían conseguido la Espada de la Verdad también, sí, pero… No podía confiar en que Mateus mantuviese su parte del trato. Si les atacaba después de haber sellado a Odín no tendrían ni una sola posibilidad ante él. Acabarían los cuatro muertos, y el as en la manga para ayudar al reino de Huberto inutilizado de nuevo.
Si se negaba a obedecer al Emperador, este mataría a Fauna y, de forma probable, cavarían enzarzados en una pelea de la que no tenían garantías de salir tampoco.
De cualquier forma, veía a Aurora, yaciendo pálida e inmóvil sobre el suelo. A menos que…
Si se da el caso, coge a la princesa y corre con los caballos al castillo.
Aleyn respiró hondo.
—Como vos mismo habéis dicho, olvidemos el pasado. Nuestro objetivo, nuestro enemigo, no sois vos.
A pesar de que no apartase la mirada de Mateus, pretendía dirigir esas palabras sobre todo a Odín. Estaba claro que Mateus había dejado también una huella, un rastro sombrío en aquel mundo, y que el caballero le guardaba rencor. Pero la Emperatriz del Mal aguardaba en la Montaña Prohibida. Eso era lo más importante, lo que habían venido a hacer. Esperaba que Odín lo recordara, porque no iba a poder decir nada más sin levantar sospechas.
Intentó buscar con la mirada a Abel, a pesar de que fuera posible que el capitán, dadas las inesperadas circunstancias, hubiera relegado las palabras que guiaban a Aleyn a tomar aquel camino al fondo de su mente, y no pudiera adivinar lo que iba a hacer. O quizás estaba esperando a que hiciera exactamente aquello.
Movió la mano que reposaba sobre el brazo de Odín en dirección a su espada, como pidiéndole que se la entregara, aunque Aleyn creyera que no sería capaz de llevarla hasta Mateus ni aunque quisiera.
«Perdóname» Rogó en su mente, aunque ni él mismo supo si aquello estaba dirigido hacia Aurora, Fauna, Abel, Odín o su propia conciencia. Tal vez a todos. En otras circunstancias, el incipiente sentimiento de culpa y repulsión tal vez lo habría detenido, habría tratado de idear otro plan.
Ahora no podía pensar en hacer otra cosa.
Se lanzó entonces hacia Aurora, tan rápido como pudo, mientras invocaba su glider. Nunca había llevado a nadie consigo en aquella máquina con aspecto de dragón; quería creer que, la princesa, al ser menuda y ligera, no le resultaría un problema.
Intentaría agarrar a Aurora y hacerla subir al glider. Si ella se resistía demasiado para que pudiera controlarla a pesar de su fuerza y tamaño mayores, Aleyn, con todo el dolor de su alma, la dejaría inconsciente golpeándola en la nuca. Sabía que no tenía que preocuparse por Ygraine, puesto que la cápsula de viaje lo llevaría allí donde dirigiera el glider.
Y su destino, si es que aquella maniobra de evasión funcionaba, sería el castillo de Estéfano, al que se dirigiría a la máxima velocidad posible.