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Bien, esta es una sección que realizaré cada vez que publique un nuevo capítulo, respondiendo a los comentarios de mis queridos lectores:
- melodia (aunque no estés en el foro, sé que me estás leyendo e.e), Roxas!! y Xion13th:
Por supuesto que me agradan y me gustan los halagos (¿A quién no?) , pero entendereis que valore mucho más los comentarios de Terrbox y Habimaru, principalmente por que me aportan mucho más. Independientemente de ello, creo que exagerais XD!
Ah, y Xion13th, no sé como puedes estar contenta con el argumento cuando, como bien apuntaron Terr y Habi, de momento no se conoce, yo no recuerdo haberte contado mis planes de futuro (¿o si? D:).
- Terrbox (y la primera parte también para Habi):
Tú y Habi habeis criticado la extensión, explicaré el por qué es tan corto el prólogo: básica y sencillamente, porque mi visión de un prólogo es la de un texto corto que dé entrada, en ocasiones de forma misteriosa como era mi intención, a la historia. Al ver vuestras críticas doy por hecho que vuestra concepción de prólogo es similar a la de un capítulo, en ese caso, es simplemente choque de ideas, no hay que hacerle u.u Aunque eso si, reconozco que como carta de presentación es más bien poco extensa, quizás debiera haberme esperado y publicarlo junto con el primer capítulo. De todas formas, espero que no tengais quejas de extensión con el primer capítulo.
Siguiendo con Terr... bueno, sólo has criticado la extensión y... ah, si, la trama, en fin, como tu dices era muy pronto para opinar, espero que te convenza y cautive en los próximos capítulos
- Habimaru:
Primero, pensé que ni tú, ni Zero ni Narrador se pasarían por aquí, así que he de decir que el hecho de que comentaras me sorprendió gratamente.
En cuanto al vocabulario, lo creas o no, es algo que me sale espontáneamente, seguramente fruto de que mis primeras inmersiones en la literaura fueron en la poesía y tarde tiempo en hacer narraciones. De todas formas, si resulta un estorbo para la lectura de la obra o la hace parecer pedante, intentaré rebajar el nivel del léxico en próximos capítulos.
El punto de la extensión ya se lo comenté a Terrbox, y, si tal y cómo dices, para ti el mínimo son 6 páginas en Word, en este caso escribí casi 8, así que espero que no tengas queja xD
En cuanto a la puntuación, si es cierto que tengo problemas con ella (en cambio sé distinguir perfectamente un atributo de un complemento directo, maldita programación de lengua castellana >.<), así que revisé mis antiguos libros de lengua y eché un ojo a wikilengua, así que espero en este capítulo haber mejorado algo en cuanto a ello, pero me temo que será mi asignatura pendiente durante toda la obra u.u
He de agradecerte las correciones en los diálogos, puesto que en los próximos capítulos tendrán una importante participación, espero que en este encuentres menos fallos en ellos (como curiosidad diré que la falta de acentuación en alas puede deberse a que en gallego se escribe "ás", es posible que eso fuera lo que me indujera a ese error ortográfico ya corregido en el presente capítulo).
He decidio seguir tu consejo y al menos durante Julio, que sé que no tendré problemas para poder conectarme a internet, publicaré semanalmente todos los domingos (de hecho, ya he colgado el calendario de publicación de este mes), así, aunque tenga dos capítulos escritos en una semana, podré aplicar las críticas hechas en uno al otro.
Ah, y me han gustado tus líneas finales, creo que una buena crítica constructiva ha de resaltar los aspectos negativos, pero también los positivos, muchas gracias.
Y hasta aquí la sección de hoy, más y mejor en la siguiente publicación e.e
- melodia (aunque no estés en el foro, sé que me estás leyendo e.e), Roxas!! y Xion13th:
Por supuesto que me agradan y me gustan los halagos (¿A quién no?) , pero entendereis que valore mucho más los comentarios de Terrbox y Habimaru, principalmente por que me aportan mucho más. Independientemente de ello, creo que exagerais XD!
Ah, y Xion13th, no sé como puedes estar contenta con el argumento cuando, como bien apuntaron Terr y Habi, de momento no se conoce, yo no recuerdo haberte contado mis planes de futuro (¿o si? D:).
- Terrbox (y la primera parte también para Habi):
Tú y Habi habeis criticado la extensión, explicaré el por qué es tan corto el prólogo: básica y sencillamente, porque mi visión de un prólogo es la de un texto corto que dé entrada, en ocasiones de forma misteriosa como era mi intención, a la historia. Al ver vuestras críticas doy por hecho que vuestra concepción de prólogo es similar a la de un capítulo, en ese caso, es simplemente choque de ideas, no hay que hacerle u.u Aunque eso si, reconozco que como carta de presentación es más bien poco extensa, quizás debiera haberme esperado y publicarlo junto con el primer capítulo. De todas formas, espero que no tengais quejas de extensión con el primer capítulo.
Siguiendo con Terr... bueno, sólo has criticado la extensión y... ah, si, la trama, en fin, como tu dices era muy pronto para opinar, espero que te convenza y cautive en los próximos capítulos
- Habimaru:
Primero, pensé que ni tú, ni Zero ni Narrador se pasarían por aquí, así que he de decir que el hecho de que comentaras me sorprendió gratamente.
En cuanto al vocabulario, lo creas o no, es algo que me sale espontáneamente, seguramente fruto de que mis primeras inmersiones en la literaura fueron en la poesía y tarde tiempo en hacer narraciones. De todas formas, si resulta un estorbo para la lectura de la obra o la hace parecer pedante, intentaré rebajar el nivel del léxico en próximos capítulos.
El punto de la extensión ya se lo comenté a Terrbox, y, si tal y cómo dices, para ti el mínimo son 6 páginas en Word, en este caso escribí casi 8, así que espero que no tengas queja xD
En cuanto a la puntuación, si es cierto que tengo problemas con ella (en cambio sé distinguir perfectamente un atributo de un complemento directo, maldita programación de lengua castellana >.<), así que revisé mis antiguos libros de lengua y eché un ojo a wikilengua, así que espero en este capítulo haber mejorado algo en cuanto a ello, pero me temo que será mi asignatura pendiente durante toda la obra u.u
He de agradecerte las correciones en los diálogos, puesto que en los próximos capítulos tendrán una importante participación, espero que en este encuentres menos fallos en ellos (como curiosidad diré que la falta de acentuación en alas puede deberse a que en gallego se escribe "ás", es posible que eso fuera lo que me indujera a ese error ortográfico ya corregido en el presente capítulo).
He decidio seguir tu consejo y al menos durante Julio, que sé que no tendré problemas para poder conectarme a internet, publicaré semanalmente todos los domingos (de hecho, ya he colgado el calendario de publicación de este mes), así, aunque tenga dos capítulos escritos en una semana, podré aplicar las críticas hechas en uno al otro.
Ah, y me han gustado tus líneas finales, creo que una buena crítica constructiva ha de resaltar los aspectos negativos, pero también los positivos, muchas gracias.
Y hasta aquí la sección de hoy, más y mejor en la siguiente publicación e.e
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Bien, bien, ha sido una dura semana de nervios y morderse las uñas para ustedes, lo sé, lo sé, pero tranquilos, porque ha llegado el día que tanto han ansiado, el día de la publicación del primer capítulo de la obra magnánima de un servidor: "El ocaso del alba". Un capítulo que da resolución al misterio al que nos introducía el prólogo, y que, aunque no aclara todavía el argumento de la historia, si nos orienta hacía él. No les quiero entretener más, simplemente, disfruten de los desquicios de mi mente vertidos en su pantalla de ordenador.
Capítulo 1 – Los seres alados
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“Monstruo”. Esa dura palabra resonó en la cabeza del joven, que se quedara totalmente quieto, paralizado, ante la situación que estaba viviendo. No hacía mucho que se despertara en aquel tétrico callejón sin salida, uno cualquiera de los cientos que hay en la ciudad, con el suelo encharcado por las lluvias de los últimos días, y apenas iluminado por la tenue luz del Sol que penetraba entre los altos edificios, apuntando a aquella misteriosa mujer que se presentara cual fantasma delante de él. Aquella mujer que, sin molestarse si quiera en saludar, había lanzado aquella terrible acusación: “Monstruo”. Pero no era aquello lo que más desconcertaba al joven, sino las dos alas que de la espalda de la mujer surgieran, alzándose majestuosas y bellas, decoradas por un blanco plumaje celestial. Eso, unido a la blanca piel de la joven y a su rubio cabello, le daba la apariencia de un ángel. “¿Un ángel?” Se preguntó el joven. ¿Un ángel venía a castigarlo?, ¿acaso existían los ángeles? Siempre pensó que eran parte de los cuentos que soltaban los curas en la misa matutina de los domingos. Pero, en ese momento, la única explicación más o menos racional que le encontraba al ser que ante él se erguía, era la de que fuese un ángel, un ángel enviado a castigarle. ¿Tendría algo que ver su castigo con la sangre que lo atormentara minutos antes?
Pero algo no cuadraba, a pesar de que le era imposible moverse, debido a la fuerte impresión que le producía la situación, tenía la certeza de que, a su vera, entre las sombras en las cuáles se encontraba, había alguien más. No podía verle, ni oírle, pero de alguna manera, tenía la seguridad de que allí había alguien más, de la misma forma que pudo percibir antes al ángel.
—Ahora, toda la ira y venganza de aquellos que lo perdieron todo por culpa de un monstruo como tú caerá sobre ti. Tu existencia es el mayor error de este universo, y a mi se me ha concedido en este instante la posibilidad de enmendarlo —murmuró mientras elevaba su brazo derecho hacia delante, abriendo la palma de su mano. En ella, comenzó a formarse una esfera de luz radiante que cegó momentáneamente al muchacho.
“¿Qué es esto?” Pensó mientras, una vez recuperado de la parálisis, cubría sus ojos para evitar que la ceguera fuese mayor. “¿Un sueño?, ¿el castigo divino?, ¿el final de mi existencia?, ¿tan corta será mi existencia? Hay tantas cosas que me hubiera gustado hacer…”
—¡Muere, monstruo! —gritó la mujer, a la vez que agarraba la esfera de luz recién formada y la lanzaba con ira contra el muchacho.
“El fin…” Presentía alicaído. “Esto es el fin…” Lágrimas de nuevo volvieron a brotar de sus ojos. Era lo que había estado haciendo toda su vida: llorar, no iba a ser menos en el momento de su muerte.
Escuchó un leve ruido, súbitamente, la luz se extinguió. Abrió los ojos con la idea de encontrarse muerto en algún lugar de ultratumba, pero lo que vio le sobrecogió aún más de lo que ya estaba. Frente a él, dos grandes alas de negro plumaje cual azabache, emergían de la fornida espalda de un hombre de piel morena, con una oscura y corta cabellera. Dedujo inmediatamente que se debía tratar de la persona que había percibido anteriormente, aquella que se encontraba oculta entre las sombras. Pero ahora si que las cosas no le cuadraban: visto lo visto, se hubiera podido imaginar a un extraño ser deforme, de cornamenta y patas de cabra, con cola terminada en una flecha; a un demonio tal y como lo describía la cultura popular. Pero aquel ser no parecía un demonio, sino un ángel, sólo que un ángel de alas negras. “¿Acaso es un ángel caído? Quizás los demonios no tienen por qué ser tal y como se los imaginan los humanos.” Eso fue lo máximo que llegó a razonar en aquel momento. Pero, incluso en ese caso, se sintió tremendamente confuso: ¿por qué un demonio le había salvado la vida?, ¿qué sentido tenía todo eso?
El ser volteó la cara hacía atrás, mostrando sus marrones ojos, y, con una sonrisa burlona, musitó:
—Por poco no lo cuentas, ¿eh, aberración?
¡¿Aberración?! Ahora si que estaba sumido en el más grande de los desconciertos: el ser que acababa de salvarle la vida le denominaba como aberración, ¿qué demonios estaba pasando?
—Si te aferras por salvar al monstruo, morirás tu también, hijo de la oscuridad —afirmó el ángel blanco.
—Menos lobos, lucecita, no puedo permitir que mates a la aberración. Sabes lo importante que es para nosotros; si necesito mancharme las manos para cumplir con tal misión, no dudaré en hacerlo –respondió el ángel de alas negras.
Hecho el intercambio de amenazas, ambos seres extendieron sus brazos hacia delante, lanzando sendos rayos de luz y oscuridad, respectivamente, que chocaron neutralizándose. Acto seguido, el ángel negro avanzó hacía el blanco, levantando su puño, ahora rodeado de un aura de oscuridad, con intención de asestarle un puñetazo al ser de luz.
—Te vuelves muy lento en la luz —dijo la hija de la luz, al observar que el hijo de la oscuridad se internara en su territorio. En ese mismo instante desapareció para reaparecer poco después detrás del ángel de alas negras.
—Y tú muy lenta en la oscuridad —rebatió el hijo de la oscuridad, señalando el lugar en el que reapareciera el ángel, entre las sombras del callejón. Antes de que esta pudiera reaccionar, lanzó su puño contra su cara, mandándola contra el muro que se encontraba al fondo del callejón—. Veamos cómo gimen los seres de luz cuando se les arranca un ala —mencionó con simiesca sonrisa el ángel de alas oscuras, al mismo tiempo que agarraba el ala izquierda del ángel de alas blancas y lo arrancaba al aplicarle una especie de corriente de oscuridad que se propagó por el ala cuál electricidad que se propaga por el agua.
La mujer gritó dolorida, fue un grito agudo y escalofriante que perfectamente se pudo haber oído en toda la ciudad. Ese mismo grito hizo despertar al muchacho, que se encontraba totalmente petrificado de nuevo, observando la batalla entre los seres alados. Instantáneamente se levantó y corrió hacia afuera del callejón.
—¿A dónde vas? —le reprochó el ser oscuro preocupado. Tiró a un lado el ala blanca que sostenía entre sus manos, y se dispuso a perseguir y dar caza al muchacho.
—¡Hijo de puta! —le cortó furiosa el ángel blanco, ahora uni-alado, que se levantara dolorida, tapándose la herida que su contrincante le había provocado.
El ángel de alas negras se giró inmediatamente con la intención de responder a tal insulto. Mas no pudo, no tuvo tiempo para hacerlo, se había desplazado lo suficiente como para caer en el territorio de los seres de la luz, como para estar bajo esta, y en ese ambiente el ángel de alas blancas resultó ser mucho más rápida, penetrando el corazón del ser de la oscuridad con un fulgurante rayo de luz. El ser cayó de rodillas, escupiendo sangre por la boca, realizó sus últimas exhalaciones, y se desplomó, inerte, ante la maléfica sonrisa de su verdugo.
El muchacho había corrido lo suficientemente lejos como para sentirse seguro y protegido de aquellos extraordinarios seres. Todavía se sentía muy confuso. Se encontraba en una avenida poco transitada, de hecho, en esos instantes, él era el único peatón. Se sentó en el primer banco que encontró e intento tranquilizarse un poco, todavía tenía sus dudas acerca de la realidad de todo lo que acababa de vivir, por lo que cerró los ojos con la esperanza de que al abrirlos se encontrara somnoliento en su cama, con la certeza de que todo estaba como siempre. Nada ocurrió, abrió los ojos y vio de nuevo aquella avenida que se encontraba a unas cuántas manzanas de aquel callejón en el que despertara. Pero el recuerdo de su habitación le hizo ver que en ese instante lo mejor que podía hacer era volver a su casa.
Anduvo a paso ligero por calles poco transitadas procurando no tener que encontrarse con nadie, la soledad era la única compañera que necesitaba en esos instantes. Pudo haber usado el canal de callejones que conectaban todo el centro de la ciudad, pero había desarrollado un auténtico pavor por esos sitios, realmente creía que jamás podría volver a pisar uno. A pesar de encontrarse desorientado en cuanto a la concepción del tiempo, el Sol resplandeciente en lo alto del cielo indicaba que debía ser mediodía. Las calles, más vacías de lo habitual, incluso las grandes avenidas a las cuáles se asomó por curiosidad, confirmaban este hecho A pesar de no ser una ciudad grande, era una ciudad muy severa y rígida en cuanto a los horarios, ya que prácticamente todos sus habitantes trabajaban en la gran central nuclear de las afueras. Estos podían volver al mediodía a sus casas para comer, antes de comenzar el turno de tarde; teniendo en cuenta que los centros escolares e institutos de la zona tenían, prácticamente en su totalidad, únicamente horario de mañana, era entendible el vacío de las calles.
No tardó demasiado en llegar a su casa, situada cerca del centro de la ciudad, en una urbanización de adosados. Tuvo la suerte de no encontrarse con ningún vecino, pero cuando se disponía a abrir la puerta recordó que quizás su abuelo se encontrara en casa, esperándolo para comer. Dudo durante unos instantes en si entrar o no, pero finalmente se dio cuenta de que no tenía otro lugar al que ir. Entró con sigilo y llamó a su abuelo alzando la voz. Nadie contesto, esto produjo en él una mezcla de alivio y preocupación: era extraño que su abuelo no estuviera en casa a la hora de comer. Colgado en el salón que hacía también de vestíbulo, se encontraba aquel reloj de pared de colores tan llamativos: las 16:00 marcaba. Imaginó que posiblemente su abuelo estuviera en algún recoveco de la ciudad buscándolo preocupado al ver su tardanza, pues él siempre llegaba a casa sobre las 14:00.
Finalmente, una vez aclarado aquel pequeño misterio, se dispuso a cerrar la puerta, y, tras hacerlo, el pomo de la puerta adquirió un rojizo color. Asustado, volvió a observar las palmas de sus manos; esto le hizo recordar los sentimientos tormentosos que pulularon por su mente durante los momentos anteriores a la aparición de los seres alados.
—Tranquilízate, tranquilízate —se dijo a si mismo en un intento de conservar la calma—. Hay mil razones que pueden explicar esto, por el momento, sólo olvídalo.
Se dirigió al baño y lavó cuidadosamente manos y cara hasta que desapareció el último rastro de sangre. Como su ropa también estaba manchada por distintos lugares, la echó a lavar y puso la lavadora con presteza, confiaba en que pudiera eliminar aquellas manchas antes de que su abuelo regresara. Aprovechando la situación, decidió darse una ducha con el fin de despejarse definitivamente. Continuando con su aseo personal, se dispuso frente al espejo para secar y peinar, en la medida de lo que podía, sus rebeldes, aunque cortos, rizos pelirrojos. Odiaba aquel color de pelo, era un odio provocado por las constantes burlas hacia él con motivo de su inusual cabellera. Por aquel lugar era muy extraño encontrarse con una persona pelirroja, en esa ciudad tan sólo él y su amiga Sandra portaban tal color, quizás por eso eran amigos. Los pelirrojos eran más abundantes en el norte, de hecho, él mismo había nacido en el norte. Ahora que lo pensaba, nunca le preguntara a su amiga de dónde procedía, quizás también fuera una compatriota. Mirándose al espejo, percibió sus desanimados ojos verdes. “Siempre andas con la mirada triste.” Le decían sus amigos Sandra y Carlos, los únicos que tenía. Él los envidiaba, porque a pesar de no tener unas vidas ni mucho menos más felices que la suya (Sandra vivía con un padre alcohólico y Carlos no tenía ningún familiar vivo), siempre se les veía con una sonrisa en la cara y con los ojos llenos de vida. Los suyos en cambio no parecían reflejar el mínimo resto de esta, cualquiera que mirara a sus ojos dudaría de que él estuviera realmente vivo. “Soy un chico triste sin esperanza ni determinación.” Pensó alicaído mientras observaba aquellos tristes ojos. Salió del baño con la toalla atada a la cintura, subió las escaleras del dúplex y entró a su desordenada habitación. Allí, se puso una ropa más cómoda para estar en casa y se recostó un rato sobre su cama. Inmediatamente un nubarrón de preguntas inundó su cabeza: ¿qué eran aquellos seres?, ¿qué querían de él?, ¿por qué uno intentó matarlo y el otro protegerlo?, ¿qué sentido tenía todo aquello?
Intentando evadirse de los acontecimientos ocurridos durante el día, bajó al salón y encendió la tele, esperando que algún gracioso monigote animado le alegrara la tarde. Falsas esperanzas las suyas: la misma basura de siempre, monigotes, si, de eso no había duda, había monigotes en la tele; pero eran monigotes que daban espectaculares clases de civismo discutiendo entre ellos sobre apasionantes temas como con quién se había casado menganita, o si fulanito le puso los cuernos a fulanita. Viendo que la situación se repetía en todos los canales, apagó la televisión, frustrado. Entonces la recordó, la gran biblioteca que su abuelo tenía en el ático. Sin pensárselo dos veces, subió la escalera de caracol que conducía al lugar; allí se encontró con la gran variedad de libros que en sus estanterías guardaba aquella espléndida estancia, la cual anhelaría poseer cualquier buen amante del conocimiento y la literatura. Él raramente pisaba aquel lugar, única y exclusivamente buscando información para trabajos del instituto, o para paliar el aburrimiento con algún buen libro de fantasía y aventuras. Su abuelo, en cambio, podía tirarse horas y horas en aquel lugar. Sentado en el amable sillón, dispuesto estratégicamente al lado de la chimenea, que se encontraba al fondo de la sala, le había visto devorar y devorar libros, enciclopedias y todo aquel material de lectura que se encontrara en la estancia. Como si de un buen bibliotecario entregado con pasión a su trabajo se tratase, había ordenado y clasificado meticulosamente cada uno de los libros que en la estancia se encontraban, ordenándolos por temática principalmente. El muchacho se dirigió sin vacilar a la estantería adornada con un cartel que indicaba que en ella se encontraban libros acerca de la religión. Allí había libros y libros sobre distintas religiones de todas las partes del mundo, la Biblia o el Corán entre ellos. Debido a lo bien ordenados que se encontraban, le fue fácil hallar rápidamente lo que buscaba: libros sobre demonología y angelología. Cargado con ellos, rechazó la invitación del amable sillón, y bajó al salón, lugar en el que se sentía mucho más cómodo para buscar respuestas a sus preguntas.
Tumbado en el cómodo sofá, aprovisionado de patatas fritas y bollería industrial para saciar el hambre, pasó la práctica totalidad de la tarde leyendo aquellos libros, buscando en ellos alguna pista que le ayudara a comprender mejor la naturaleza de aquellos seres alados que le sorprendieran en aquel amargo despertar, al igual que a conocer sus objetivos. Su investigación dio pocos frutos, aunque el primer ser en aparecer tenía el aspecto de un ángel, sus rasgos femeninos hacían dudar al muchacho, pues a pesar de la constante contradicción entre unos libros y otros, la opinión general era que los ángeles eran seres sin sexo definido. Sobre seres de alas negras no encontró prácticamente nada, los demonios eran descritos como seres mitad animal, mitad hombre, y en caso de poseer alas, estas se asemejaban a las de un murciélago. Lo único parecido al ser de alas negras era el antiguo ángel Luzbel, que posteriormente se alejaría de Dios para convertirse en Satán, es decir, un ángel caído. Sobre los posibles objetivos de aquellos seres, descubrió que una de las misiones de los ángeles era ejecutar el juicio de Dios. “¡¿El juicio de Dios?!” Se preguntó sobresaltado. ¿Qué atentado hiciera él contra Dios como para que uno de sus supuestos ángeles hubiera intentado matarle? De nuevo la sangre con la que se encontrara al despertar volvió a fluirle por el río de sus pensamientos, a hacerle caer de nuevo en aquellas imaginaciones de las que sólo tenía como prueba aquella sangre que quitara de su piel y ropa unas horas antes.
—¡Otra vez no! —se dijo a si mismo—. ¡Tranquilízate joder!
Decidió encender de nuevo la televisión en busca de una distracción. Confiaba en que los monigotes con los que se encontrara anteriormente ya hubieran terminado con su bochornoso espectáculo. Eran las 21:00, así que lo lógico era que estuvieran echando el informativo local. Rápidamente se arrepintió por completo de haber encendido aquel aparato.
—Una tragedia se cierne hoy sobre nuestra ciudad —narraba con voz melancólica la presentadora— los cuerpos de tres jóvenes han sido encontrados mutilados y con los órganos internos desgarrados, en lo que parece haber sido una matanza sin sentido, realizada por algún tipo de psicópata. La identificación de los cuerpos ya ha sido realizada por la policía científica, y las familias de los jóvenes ya han recibido las condolencias del alcalde, quien ha abandonado su campaña electoral para pedir a todos los ciudadanos que vigilen a sus hijos, y prometerles que el autor de tan espantoso crimen será capturado lo más pronto posible. El entierro de los tres jóvenes se realizará en el cementerio de la ciudad pasado mañana.
El muchacho no se lo podía creer, mientras la presentadora hablaba, las fotos de los tres chicos eran mostradas, y los ojos de cada uno de ellos se le clavaban en el cerebro, de tal forma que pensó que la cabeza le iba a estallar. Reconocía perfectamente aquellos rostros, eran chicos de su instituto, precisamente los principales responsables de su baja autoestima y de su miedo diario a pisar la escuela. Ellos le habían maltratado física y psíquicamente desde hacía años. Desde que conoció a Carlos los abusos habían decrecido, y sólo se producían cuando le encontraban sólo, pero eran mucho más brutales que antes. Les odiaba, era cierto que les odiaba, pero, ¿acaso les odiaba tanto como para desear su muerte?, ¿acaso su odio era tan fuerte como para haberles matado? Repentinamente, desde lo profundo de sus recuerdos, las memorias perdidas del día se presentaron como un flash-back ante sus ojos.
Como cualquier otro día de clase, se levantara temprano, desayunara su tazón de leche habitual con su bollería de chocolate, cogiera sus cosas, se despidiera de su abuelo y emprendiera su paseo matinal hacia el instituto. Se reuniría con Carlos y Sandra en la esquina en frente a la estación de autobuses, por ser un punto intermedio para los tres, antes de continuar con su trayecto. Pero antes de llegar a aquella esquina, una mano le agarrara de la capucha de la sudadera violeta que llevaba puesta aquel día, arrastrándole violentamente al interior de un callejón, y tirándolo al suelo con poca delicadeza.
—¿A dónde cree que vas, zanahoria? —preguntara burlonamente el cabecilla del grupo que le atormentaba casi siempre, un gordo chico rapado de maldad equivalente a su gran peso.
—Tu amiguito te salvó el otro día y nos dio una buena tunda, dejándonos quedar muy mal —comentara a su derecha otro chaval, de pelo pincho y pendiente de oro en la oreja izquierda.
—Por lo tanto, tú las pagarás hoy todas juntas —dijera con una maquiavélica sonrisa el que se encontraba a la izquierda del cabecilla, un tipo de abundante melena, que tapaba hasta sus ojos, y vestimenta metalera.
—¿Algo que objetar, zanahoria? —Preguntara irónicamente el líder.
Entonces, recordaba haberse levantado del suelo con lágrimas en los ojos y furia en el corazón, harto de ser siempre víctima de aquellos payasos.
—¡Estoy harto! ¡Os odio! Os odio con toda mi alma, con todo mi corazón. En verdad… ¡En verdad que os odio! Ojala… Ojala estuvierais los tres muertos, ojala sufrierais la peor de las muertes posibles, que todo mi dolor se vertiera sobre vosotros. Y ni aún así creo que pudierais compensarme.
Después, lo último que recordaba era al líder agarrándolo por la sudadera y elevando su puño contra él, airado. Luego, todo era oscuridad, una inmensa y profunda oscuridad parecía haberle tragado desde aquel momento hasta cuando despertó ensangrentado, tiempo después, en un callejón distinto a aquel donde le amenazaran.
Su mente no lo soportó más, aquella noticia y los recuerdos que acababa de recuperar le confirmaron las horribles sospechas de cuando despertara: en efecto él había matado a alguien, él había segado la vida de esos tres muchachos. De nuevo, los acontecimientos de aquella noche trágica de hacía diez años se unieron al desbordante remolino de perturbación y al creciente sentimiento de culpabilidad. Quizás él también hubiera matado a sus padres, no sabía cómo ni por qué, pero la situación era idéntica: en ambas ocasiones despertara amnésico y cubierto de sangre, y en ambas situaciones alguien acabara muerto. Ahora que tenía la certeza de que él matara a esos chicos, también tuvo la certeza de que él matara a sus padres. No siendo quién de resistir el constante embestir de su conciencia, culpándolo y acusándolo de tales crímenes, se dirigió al gimnasio de su abuelo, situado en el sótano de la casa. Bajó las viejas escaleras, más bien movido por algún tipo de fuerza externa a si mismo que por su propia voluntad, y observó con mueca siniestra la colección de espadas de artes marciales que allí se encontraba.
*****
Caminaba de forma altiva, denotando su alto rango, aunque él nunca presumiera de su posición, mostrando elevadas con orgullo sus blancas alas, dejando su huella de luz sobre la árida superficie. Dirigía sus azules pupilas a diestra y a siniestra; el árido paisaje le deprimía, le había estado deprimiendo desde que llegaran a aquel solitario lugar. Inconscientemente, recordó su lugar de nacimiento, recordó el viento que anteriormente azotara su larga melena rubia (hoy recogida en una extensa coleta), recordó las verdes praderas y altas montañas que lo vieran crecer, aquellos lugares en los cuales se entrenara para convertirse en lo que hoy era. La nostalgia le invadió momentáneamente, hasta que recordó la razón por la que estaba allí. Saludó a los guardias que custodiaban a su superior y se dirigió al interior de la estancia iluminada con el objetivo de informarle:
—Mi Supremo Señor…
—¿Cuántas veces he de decirte que no me llames así?¿Acaso ya no somos hermanos, Rafael? —le cortó súbitamente el fornido hombre que ante él se encontraba, sentado en un radiante trono.
—Tienes razón hermano, discúlpame, ya conoces mi gusto por las formalidades —respondió Rafael.
—Desde que éramos niños… Pero no nos entretengamos con banalidades, dime, ¿Qué noticias me traes?
—Pahaliah se ha puesto en contacto con nosotros, afirma haber encontrado al sujeto α —informó Rafael a su superior.
—¿Ha encontrado al sujeto α y no lo ha destruido? —Preguntó airado el Señor Supremo.
—Afirma haberlo intentado, pero me temo que nosotros no somos los únicos que hemos localizado al monstruo. —le hizo saber Rafael.
—¿Te refieres a qué ellos también…? —quiso saber, preocupado, su hermano.
—Si. De hecho Pahaliah afirma haber tenido que quitarle la vida a uno de ellos para evitar comprometer la misión —le afirmó Rafael.
—¿Eres consciente de lo que esto significa, no? —preguntó el Señor Supremo con un tono de pesadumbre, aún sabiendo cual sería la respuesta.
Rafael cerró los ojos, rememorando internamente el pasado. Claro que era consciente de lo qué significaba: la muerte y el dolor caerían de nuevo sobre su raza, pero era algo contra lo que no podía luchar, era el destino.
—Si, lo soy —pronunció alicaído Rafael.
—Entonces lleva las siguientes órdenes a todos los soldados encomendados a esta misión: “Procuren moverse sólo durante las horas diurnas, eviten las sombras lo máximo posible y… —el Señor Supremo hizo una pequeña pausa antes de proseguir, como si estuviera masticando adecuadamente las palabras antes de escupirlas—, si se encuentran con algún hijo de la oscuridad; tienen permiso para matarlo."
—Comprendo —asintió desanimado Rafael. De pronto, recordó la petición de Pahaliah—. Hermano, casi lo olvido, Pahaliah afirma haber perdido un ala y pide la asistencia de algún sanador que pueda reponérsela.
—¡Oh! Por supuesto, ordénale que no se mueva del lugar en el que se encuentra, yo y Mahasiah nos dirigiremos hacia sus coordenadas —respondió el Señor Supremo.
—¿Tú, hermano?¿Tú mismo te dirigirás al campo de batalla? —preguntó Rafael preocupado.
—Es necesario que evalúe por mi propia cuenta la situación —dicho esto, se levantó del trono en el que se aposentaba y, tras despedirse de Rafael, se dirigió hacia la salida de la estancia, allí se paró y giró la cabeza—. Además —dijo—, hay un viejo amigo al que deseo saludar.
Pero algo no cuadraba, a pesar de que le era imposible moverse, debido a la fuerte impresión que le producía la situación, tenía la certeza de que, a su vera, entre las sombras en las cuáles se encontraba, había alguien más. No podía verle, ni oírle, pero de alguna manera, tenía la seguridad de que allí había alguien más, de la misma forma que pudo percibir antes al ángel.
—Ahora, toda la ira y venganza de aquellos que lo perdieron todo por culpa de un monstruo como tú caerá sobre ti. Tu existencia es el mayor error de este universo, y a mi se me ha concedido en este instante la posibilidad de enmendarlo —murmuró mientras elevaba su brazo derecho hacia delante, abriendo la palma de su mano. En ella, comenzó a formarse una esfera de luz radiante que cegó momentáneamente al muchacho.
“¿Qué es esto?” Pensó mientras, una vez recuperado de la parálisis, cubría sus ojos para evitar que la ceguera fuese mayor. “¿Un sueño?, ¿el castigo divino?, ¿el final de mi existencia?, ¿tan corta será mi existencia? Hay tantas cosas que me hubiera gustado hacer…”
—¡Muere, monstruo! —gritó la mujer, a la vez que agarraba la esfera de luz recién formada y la lanzaba con ira contra el muchacho.
“El fin…” Presentía alicaído. “Esto es el fin…” Lágrimas de nuevo volvieron a brotar de sus ojos. Era lo que había estado haciendo toda su vida: llorar, no iba a ser menos en el momento de su muerte.
Escuchó un leve ruido, súbitamente, la luz se extinguió. Abrió los ojos con la idea de encontrarse muerto en algún lugar de ultratumba, pero lo que vio le sobrecogió aún más de lo que ya estaba. Frente a él, dos grandes alas de negro plumaje cual azabache, emergían de la fornida espalda de un hombre de piel morena, con una oscura y corta cabellera. Dedujo inmediatamente que se debía tratar de la persona que había percibido anteriormente, aquella que se encontraba oculta entre las sombras. Pero ahora si que las cosas no le cuadraban: visto lo visto, se hubiera podido imaginar a un extraño ser deforme, de cornamenta y patas de cabra, con cola terminada en una flecha; a un demonio tal y como lo describía la cultura popular. Pero aquel ser no parecía un demonio, sino un ángel, sólo que un ángel de alas negras. “¿Acaso es un ángel caído? Quizás los demonios no tienen por qué ser tal y como se los imaginan los humanos.” Eso fue lo máximo que llegó a razonar en aquel momento. Pero, incluso en ese caso, se sintió tremendamente confuso: ¿por qué un demonio le había salvado la vida?, ¿qué sentido tenía todo eso?
El ser volteó la cara hacía atrás, mostrando sus marrones ojos, y, con una sonrisa burlona, musitó:
—Por poco no lo cuentas, ¿eh, aberración?
¡¿Aberración?! Ahora si que estaba sumido en el más grande de los desconciertos: el ser que acababa de salvarle la vida le denominaba como aberración, ¿qué demonios estaba pasando?
—Si te aferras por salvar al monstruo, morirás tu también, hijo de la oscuridad —afirmó el ángel blanco.
—Menos lobos, lucecita, no puedo permitir que mates a la aberración. Sabes lo importante que es para nosotros; si necesito mancharme las manos para cumplir con tal misión, no dudaré en hacerlo –respondió el ángel de alas negras.
Hecho el intercambio de amenazas, ambos seres extendieron sus brazos hacia delante, lanzando sendos rayos de luz y oscuridad, respectivamente, que chocaron neutralizándose. Acto seguido, el ángel negro avanzó hacía el blanco, levantando su puño, ahora rodeado de un aura de oscuridad, con intención de asestarle un puñetazo al ser de luz.
—Te vuelves muy lento en la luz —dijo la hija de la luz, al observar que el hijo de la oscuridad se internara en su territorio. En ese mismo instante desapareció para reaparecer poco después detrás del ángel de alas negras.
—Y tú muy lenta en la oscuridad —rebatió el hijo de la oscuridad, señalando el lugar en el que reapareciera el ángel, entre las sombras del callejón. Antes de que esta pudiera reaccionar, lanzó su puño contra su cara, mandándola contra el muro que se encontraba al fondo del callejón—. Veamos cómo gimen los seres de luz cuando se les arranca un ala —mencionó con simiesca sonrisa el ángel de alas oscuras, al mismo tiempo que agarraba el ala izquierda del ángel de alas blancas y lo arrancaba al aplicarle una especie de corriente de oscuridad que se propagó por el ala cuál electricidad que se propaga por el agua.
La mujer gritó dolorida, fue un grito agudo y escalofriante que perfectamente se pudo haber oído en toda la ciudad. Ese mismo grito hizo despertar al muchacho, que se encontraba totalmente petrificado de nuevo, observando la batalla entre los seres alados. Instantáneamente se levantó y corrió hacia afuera del callejón.
—¿A dónde vas? —le reprochó el ser oscuro preocupado. Tiró a un lado el ala blanca que sostenía entre sus manos, y se dispuso a perseguir y dar caza al muchacho.
—¡Hijo de puta! —le cortó furiosa el ángel blanco, ahora uni-alado, que se levantara dolorida, tapándose la herida que su contrincante le había provocado.
El ángel de alas negras se giró inmediatamente con la intención de responder a tal insulto. Mas no pudo, no tuvo tiempo para hacerlo, se había desplazado lo suficiente como para caer en el territorio de los seres de la luz, como para estar bajo esta, y en ese ambiente el ángel de alas blancas resultó ser mucho más rápida, penetrando el corazón del ser de la oscuridad con un fulgurante rayo de luz. El ser cayó de rodillas, escupiendo sangre por la boca, realizó sus últimas exhalaciones, y se desplomó, inerte, ante la maléfica sonrisa de su verdugo.
El muchacho había corrido lo suficientemente lejos como para sentirse seguro y protegido de aquellos extraordinarios seres. Todavía se sentía muy confuso. Se encontraba en una avenida poco transitada, de hecho, en esos instantes, él era el único peatón. Se sentó en el primer banco que encontró e intento tranquilizarse un poco, todavía tenía sus dudas acerca de la realidad de todo lo que acababa de vivir, por lo que cerró los ojos con la esperanza de que al abrirlos se encontrara somnoliento en su cama, con la certeza de que todo estaba como siempre. Nada ocurrió, abrió los ojos y vio de nuevo aquella avenida que se encontraba a unas cuántas manzanas de aquel callejón en el que despertara. Pero el recuerdo de su habitación le hizo ver que en ese instante lo mejor que podía hacer era volver a su casa.
Anduvo a paso ligero por calles poco transitadas procurando no tener que encontrarse con nadie, la soledad era la única compañera que necesitaba en esos instantes. Pudo haber usado el canal de callejones que conectaban todo el centro de la ciudad, pero había desarrollado un auténtico pavor por esos sitios, realmente creía que jamás podría volver a pisar uno. A pesar de encontrarse desorientado en cuanto a la concepción del tiempo, el Sol resplandeciente en lo alto del cielo indicaba que debía ser mediodía. Las calles, más vacías de lo habitual, incluso las grandes avenidas a las cuáles se asomó por curiosidad, confirmaban este hecho A pesar de no ser una ciudad grande, era una ciudad muy severa y rígida en cuanto a los horarios, ya que prácticamente todos sus habitantes trabajaban en la gran central nuclear de las afueras. Estos podían volver al mediodía a sus casas para comer, antes de comenzar el turno de tarde; teniendo en cuenta que los centros escolares e institutos de la zona tenían, prácticamente en su totalidad, únicamente horario de mañana, era entendible el vacío de las calles.
No tardó demasiado en llegar a su casa, situada cerca del centro de la ciudad, en una urbanización de adosados. Tuvo la suerte de no encontrarse con ningún vecino, pero cuando se disponía a abrir la puerta recordó que quizás su abuelo se encontrara en casa, esperándolo para comer. Dudo durante unos instantes en si entrar o no, pero finalmente se dio cuenta de que no tenía otro lugar al que ir. Entró con sigilo y llamó a su abuelo alzando la voz. Nadie contesto, esto produjo en él una mezcla de alivio y preocupación: era extraño que su abuelo no estuviera en casa a la hora de comer. Colgado en el salón que hacía también de vestíbulo, se encontraba aquel reloj de pared de colores tan llamativos: las 16:00 marcaba. Imaginó que posiblemente su abuelo estuviera en algún recoveco de la ciudad buscándolo preocupado al ver su tardanza, pues él siempre llegaba a casa sobre las 14:00.
Finalmente, una vez aclarado aquel pequeño misterio, se dispuso a cerrar la puerta, y, tras hacerlo, el pomo de la puerta adquirió un rojizo color. Asustado, volvió a observar las palmas de sus manos; esto le hizo recordar los sentimientos tormentosos que pulularon por su mente durante los momentos anteriores a la aparición de los seres alados.
—Tranquilízate, tranquilízate —se dijo a si mismo en un intento de conservar la calma—. Hay mil razones que pueden explicar esto, por el momento, sólo olvídalo.
Se dirigió al baño y lavó cuidadosamente manos y cara hasta que desapareció el último rastro de sangre. Como su ropa también estaba manchada por distintos lugares, la echó a lavar y puso la lavadora con presteza, confiaba en que pudiera eliminar aquellas manchas antes de que su abuelo regresara. Aprovechando la situación, decidió darse una ducha con el fin de despejarse definitivamente. Continuando con su aseo personal, se dispuso frente al espejo para secar y peinar, en la medida de lo que podía, sus rebeldes, aunque cortos, rizos pelirrojos. Odiaba aquel color de pelo, era un odio provocado por las constantes burlas hacia él con motivo de su inusual cabellera. Por aquel lugar era muy extraño encontrarse con una persona pelirroja, en esa ciudad tan sólo él y su amiga Sandra portaban tal color, quizás por eso eran amigos. Los pelirrojos eran más abundantes en el norte, de hecho, él mismo había nacido en el norte. Ahora que lo pensaba, nunca le preguntara a su amiga de dónde procedía, quizás también fuera una compatriota. Mirándose al espejo, percibió sus desanimados ojos verdes. “Siempre andas con la mirada triste.” Le decían sus amigos Sandra y Carlos, los únicos que tenía. Él los envidiaba, porque a pesar de no tener unas vidas ni mucho menos más felices que la suya (Sandra vivía con un padre alcohólico y Carlos no tenía ningún familiar vivo), siempre se les veía con una sonrisa en la cara y con los ojos llenos de vida. Los suyos en cambio no parecían reflejar el mínimo resto de esta, cualquiera que mirara a sus ojos dudaría de que él estuviera realmente vivo. “Soy un chico triste sin esperanza ni determinación.” Pensó alicaído mientras observaba aquellos tristes ojos. Salió del baño con la toalla atada a la cintura, subió las escaleras del dúplex y entró a su desordenada habitación. Allí, se puso una ropa más cómoda para estar en casa y se recostó un rato sobre su cama. Inmediatamente un nubarrón de preguntas inundó su cabeza: ¿qué eran aquellos seres?, ¿qué querían de él?, ¿por qué uno intentó matarlo y el otro protegerlo?, ¿qué sentido tenía todo aquello?
Intentando evadirse de los acontecimientos ocurridos durante el día, bajó al salón y encendió la tele, esperando que algún gracioso monigote animado le alegrara la tarde. Falsas esperanzas las suyas: la misma basura de siempre, monigotes, si, de eso no había duda, había monigotes en la tele; pero eran monigotes que daban espectaculares clases de civismo discutiendo entre ellos sobre apasionantes temas como con quién se había casado menganita, o si fulanito le puso los cuernos a fulanita. Viendo que la situación se repetía en todos los canales, apagó la televisión, frustrado. Entonces la recordó, la gran biblioteca que su abuelo tenía en el ático. Sin pensárselo dos veces, subió la escalera de caracol que conducía al lugar; allí se encontró con la gran variedad de libros que en sus estanterías guardaba aquella espléndida estancia, la cual anhelaría poseer cualquier buen amante del conocimiento y la literatura. Él raramente pisaba aquel lugar, única y exclusivamente buscando información para trabajos del instituto, o para paliar el aburrimiento con algún buen libro de fantasía y aventuras. Su abuelo, en cambio, podía tirarse horas y horas en aquel lugar. Sentado en el amable sillón, dispuesto estratégicamente al lado de la chimenea, que se encontraba al fondo de la sala, le había visto devorar y devorar libros, enciclopedias y todo aquel material de lectura que se encontrara en la estancia. Como si de un buen bibliotecario entregado con pasión a su trabajo se tratase, había ordenado y clasificado meticulosamente cada uno de los libros que en la estancia se encontraban, ordenándolos por temática principalmente. El muchacho se dirigió sin vacilar a la estantería adornada con un cartel que indicaba que en ella se encontraban libros acerca de la religión. Allí había libros y libros sobre distintas religiones de todas las partes del mundo, la Biblia o el Corán entre ellos. Debido a lo bien ordenados que se encontraban, le fue fácil hallar rápidamente lo que buscaba: libros sobre demonología y angelología. Cargado con ellos, rechazó la invitación del amable sillón, y bajó al salón, lugar en el que se sentía mucho más cómodo para buscar respuestas a sus preguntas.
Tumbado en el cómodo sofá, aprovisionado de patatas fritas y bollería industrial para saciar el hambre, pasó la práctica totalidad de la tarde leyendo aquellos libros, buscando en ellos alguna pista que le ayudara a comprender mejor la naturaleza de aquellos seres alados que le sorprendieran en aquel amargo despertar, al igual que a conocer sus objetivos. Su investigación dio pocos frutos, aunque el primer ser en aparecer tenía el aspecto de un ángel, sus rasgos femeninos hacían dudar al muchacho, pues a pesar de la constante contradicción entre unos libros y otros, la opinión general era que los ángeles eran seres sin sexo definido. Sobre seres de alas negras no encontró prácticamente nada, los demonios eran descritos como seres mitad animal, mitad hombre, y en caso de poseer alas, estas se asemejaban a las de un murciélago. Lo único parecido al ser de alas negras era el antiguo ángel Luzbel, que posteriormente se alejaría de Dios para convertirse en Satán, es decir, un ángel caído. Sobre los posibles objetivos de aquellos seres, descubrió que una de las misiones de los ángeles era ejecutar el juicio de Dios. “¡¿El juicio de Dios?!” Se preguntó sobresaltado. ¿Qué atentado hiciera él contra Dios como para que uno de sus supuestos ángeles hubiera intentado matarle? De nuevo la sangre con la que se encontrara al despertar volvió a fluirle por el río de sus pensamientos, a hacerle caer de nuevo en aquellas imaginaciones de las que sólo tenía como prueba aquella sangre que quitara de su piel y ropa unas horas antes.
—¡Otra vez no! —se dijo a si mismo—. ¡Tranquilízate joder!
Decidió encender de nuevo la televisión en busca de una distracción. Confiaba en que los monigotes con los que se encontrara anteriormente ya hubieran terminado con su bochornoso espectáculo. Eran las 21:00, así que lo lógico era que estuvieran echando el informativo local. Rápidamente se arrepintió por completo de haber encendido aquel aparato.
—Una tragedia se cierne hoy sobre nuestra ciudad —narraba con voz melancólica la presentadora— los cuerpos de tres jóvenes han sido encontrados mutilados y con los órganos internos desgarrados, en lo que parece haber sido una matanza sin sentido, realizada por algún tipo de psicópata. La identificación de los cuerpos ya ha sido realizada por la policía científica, y las familias de los jóvenes ya han recibido las condolencias del alcalde, quien ha abandonado su campaña electoral para pedir a todos los ciudadanos que vigilen a sus hijos, y prometerles que el autor de tan espantoso crimen será capturado lo más pronto posible. El entierro de los tres jóvenes se realizará en el cementerio de la ciudad pasado mañana.
El muchacho no se lo podía creer, mientras la presentadora hablaba, las fotos de los tres chicos eran mostradas, y los ojos de cada uno de ellos se le clavaban en el cerebro, de tal forma que pensó que la cabeza le iba a estallar. Reconocía perfectamente aquellos rostros, eran chicos de su instituto, precisamente los principales responsables de su baja autoestima y de su miedo diario a pisar la escuela. Ellos le habían maltratado física y psíquicamente desde hacía años. Desde que conoció a Carlos los abusos habían decrecido, y sólo se producían cuando le encontraban sólo, pero eran mucho más brutales que antes. Les odiaba, era cierto que les odiaba, pero, ¿acaso les odiaba tanto como para desear su muerte?, ¿acaso su odio era tan fuerte como para haberles matado? Repentinamente, desde lo profundo de sus recuerdos, las memorias perdidas del día se presentaron como un flash-back ante sus ojos.
Como cualquier otro día de clase, se levantara temprano, desayunara su tazón de leche habitual con su bollería de chocolate, cogiera sus cosas, se despidiera de su abuelo y emprendiera su paseo matinal hacia el instituto. Se reuniría con Carlos y Sandra en la esquina en frente a la estación de autobuses, por ser un punto intermedio para los tres, antes de continuar con su trayecto. Pero antes de llegar a aquella esquina, una mano le agarrara de la capucha de la sudadera violeta que llevaba puesta aquel día, arrastrándole violentamente al interior de un callejón, y tirándolo al suelo con poca delicadeza.
—¿A dónde cree que vas, zanahoria? —preguntara burlonamente el cabecilla del grupo que le atormentaba casi siempre, un gordo chico rapado de maldad equivalente a su gran peso.
—Tu amiguito te salvó el otro día y nos dio una buena tunda, dejándonos quedar muy mal —comentara a su derecha otro chaval, de pelo pincho y pendiente de oro en la oreja izquierda.
—Por lo tanto, tú las pagarás hoy todas juntas —dijera con una maquiavélica sonrisa el que se encontraba a la izquierda del cabecilla, un tipo de abundante melena, que tapaba hasta sus ojos, y vestimenta metalera.
—¿Algo que objetar, zanahoria? —Preguntara irónicamente el líder.
Entonces, recordaba haberse levantado del suelo con lágrimas en los ojos y furia en el corazón, harto de ser siempre víctima de aquellos payasos.
—¡Estoy harto! ¡Os odio! Os odio con toda mi alma, con todo mi corazón. En verdad… ¡En verdad que os odio! Ojala… Ojala estuvierais los tres muertos, ojala sufrierais la peor de las muertes posibles, que todo mi dolor se vertiera sobre vosotros. Y ni aún así creo que pudierais compensarme.
Después, lo último que recordaba era al líder agarrándolo por la sudadera y elevando su puño contra él, airado. Luego, todo era oscuridad, una inmensa y profunda oscuridad parecía haberle tragado desde aquel momento hasta cuando despertó ensangrentado, tiempo después, en un callejón distinto a aquel donde le amenazaran.
Su mente no lo soportó más, aquella noticia y los recuerdos que acababa de recuperar le confirmaron las horribles sospechas de cuando despertara: en efecto él había matado a alguien, él había segado la vida de esos tres muchachos. De nuevo, los acontecimientos de aquella noche trágica de hacía diez años se unieron al desbordante remolino de perturbación y al creciente sentimiento de culpabilidad. Quizás él también hubiera matado a sus padres, no sabía cómo ni por qué, pero la situación era idéntica: en ambas ocasiones despertara amnésico y cubierto de sangre, y en ambas situaciones alguien acabara muerto. Ahora que tenía la certeza de que él matara a esos chicos, también tuvo la certeza de que él matara a sus padres. No siendo quién de resistir el constante embestir de su conciencia, culpándolo y acusándolo de tales crímenes, se dirigió al gimnasio de su abuelo, situado en el sótano de la casa. Bajó las viejas escaleras, más bien movido por algún tipo de fuerza externa a si mismo que por su propia voluntad, y observó con mueca siniestra la colección de espadas de artes marciales que allí se encontraba.
Caminaba de forma altiva, denotando su alto rango, aunque él nunca presumiera de su posición, mostrando elevadas con orgullo sus blancas alas, dejando su huella de luz sobre la árida superficie. Dirigía sus azules pupilas a diestra y a siniestra; el árido paisaje le deprimía, le había estado deprimiendo desde que llegaran a aquel solitario lugar. Inconscientemente, recordó su lugar de nacimiento, recordó el viento que anteriormente azotara su larga melena rubia (hoy recogida en una extensa coleta), recordó las verdes praderas y altas montañas que lo vieran crecer, aquellos lugares en los cuales se entrenara para convertirse en lo que hoy era. La nostalgia le invadió momentáneamente, hasta que recordó la razón por la que estaba allí. Saludó a los guardias que custodiaban a su superior y se dirigió al interior de la estancia iluminada con el objetivo de informarle:
—Mi Supremo Señor…
—¿Cuántas veces he de decirte que no me llames así?¿Acaso ya no somos hermanos, Rafael? —le cortó súbitamente el fornido hombre que ante él se encontraba, sentado en un radiante trono.
—Tienes razón hermano, discúlpame, ya conoces mi gusto por las formalidades —respondió Rafael.
—Desde que éramos niños… Pero no nos entretengamos con banalidades, dime, ¿Qué noticias me traes?
—Pahaliah se ha puesto en contacto con nosotros, afirma haber encontrado al sujeto α —informó Rafael a su superior.
—¿Ha encontrado al sujeto α y no lo ha destruido? —Preguntó airado el Señor Supremo.
—Afirma haberlo intentado, pero me temo que nosotros no somos los únicos que hemos localizado al monstruo. —le hizo saber Rafael.
—¿Te refieres a qué ellos también…? —quiso saber, preocupado, su hermano.
—Si. De hecho Pahaliah afirma haber tenido que quitarle la vida a uno de ellos para evitar comprometer la misión —le afirmó Rafael.
—¿Eres consciente de lo que esto significa, no? —preguntó el Señor Supremo con un tono de pesadumbre, aún sabiendo cual sería la respuesta.
Rafael cerró los ojos, rememorando internamente el pasado. Claro que era consciente de lo qué significaba: la muerte y el dolor caerían de nuevo sobre su raza, pero era algo contra lo que no podía luchar, era el destino.
—Si, lo soy —pronunció alicaído Rafael.
—Entonces lleva las siguientes órdenes a todos los soldados encomendados a esta misión: “Procuren moverse sólo durante las horas diurnas, eviten las sombras lo máximo posible y… —el Señor Supremo hizo una pequeña pausa antes de proseguir, como si estuviera masticando adecuadamente las palabras antes de escupirlas—, si se encuentran con algún hijo de la oscuridad; tienen permiso para matarlo."
—Comprendo —asintió desanimado Rafael. De pronto, recordó la petición de Pahaliah—. Hermano, casi lo olvido, Pahaliah afirma haber perdido un ala y pide la asistencia de algún sanador que pueda reponérsela.
—¡Oh! Por supuesto, ordénale que no se mueva del lugar en el que se encuentra, yo y Mahasiah nos dirigiremos hacia sus coordenadas —respondió el Señor Supremo.
—¿Tú, hermano?¿Tú mismo te dirigirás al campo de batalla? —preguntó Rafael preocupado.
—Es necesario que evalúe por mi propia cuenta la situación —dicho esto, se levantó del trono en el que se aposentaba y, tras despedirse de Rafael, se dirigió hacia la salida de la estancia, allí se paró y giró la cabeza—. Además —dijo—, hay un viejo amigo al que deseo saludar.
¿Qué? ¿Te sabe a poco? ¿Quieres saber más sobre esta intrépida historia? Entonces sé un buen chico y portate bien hasta la publicación de: "El ocaso del alba": Capítulo 2 - Viejos amigos
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Por último informarles de que he colgado el calendario de publicación del presente mes de Julio, y que prometo que este se cumplirá a rajatabla. También se está trabajando en ir colgando, durante los próximos capítulos, en el post principal, la descripción de los principales personajes según estos vayan apareciendo, y posiblemente vengan acompañados de dibujos originales echos por una amable artista que, siendo apuntada con una pistola en la frente, se ofreció a realizarlos.
Además, si se subscriben a la historia recibirán en su e-mail, el mismo día de la publicación, el capítulo correspondiente junto con un pin con el logo de la historia (?) (Logo que por cierto si algún amable user que entienda de grafix se anima a hacer será agradecido con platines).
Nada más por mi parte, espero sus comentarios.
Atentamente: King Mickey