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Capítulo 4 - Comienza todo:
Felix cruzó corriendo el pasillo vacío del colegio. Como nunca antes lo había hecho, pues era muy respetuoso con las reglas, resbaló al intentar dar la vuelta, por lo que cayó al suelo de bruces. Sin poder detenerse, se estrelló con la pared y se quemó la rodilla por la fricción de su piel contra la tela de su recién comprado pantalón, parte del uniforme de la academia.
Se levantó y ni se molestó en sacudirse, ya que si había resbalado tan limpiamente, el suelo debería estar más que pulcro. Continuó su carrera, intentando ser indiferente a las sombras que andaban por los pasillos.
Desde el día anterior, sus ojos habían captado algo que estaba más allá de lo que podía ver el humano. Durante algunos momentos, la luz le parecía más brillante, y los objetos en sombra se tornaban oscuros.
En aquel aterrador caleidoscopio de luz se movían unos extraños seres que parecían existir en otro plano espacial. Eran intangibles, inaudibles y, excepto para Felix, también invisibles. El chico apenas era capaz de verlos, pues eran casi transparentes, y se perdían en el laberinto de luces. Y sin embargo, era capaz de localizarlos por sus brillantes ojos amarillos, que resaltaban como un faro en el nocturno océano.
Felix estaba más que susceptible. El día anterior, o más bien noche, había tenido un extraño incidente con dichas sombras. Aterrado, pensó que le seguían, por lo que corrió una considerable distancia antes de buscar refugio en un solitario parque. Extrañamente, todas las luces se apagaron, y Felix fue incapaz de encontrar la luna o estrella alguna.
El chico descubrió que su mano despedía un brillo azul, lo cual le espantó aún más. Por dicho motivo, se había llevado puesta a la escuela una guanteleta que su hermano Kyle solía usar para andar en bicicleta.
Aquella noche Felix se las arregló para llegar corriendo a su casa, sólo para descubrir que la distancia que recorría en quince minutos en autobús la había recorrido en escasos cinco minutos corriendo. No pudo dormir casi nada; el sueño le ganó al miedo alrededor de las dos de la mañana. Para empeorar las cosas, olvidó que los martes y los jueves entraba una hora más tarde a la academia, por lo que perdió otra hora de sueño.
—¡Oye! —llamó un hombre que vio a Felix pasar corriendo por un cruce de pasillos. El muchacho, obediente, regresó sobre sus pasos.
—¿Sí? —preguntó. Luego dejó salir un “oh” de comprensión al notar la banda que decía “Hall Monitor” y que el hombre llevaba alrededor del brazo derecho.
—Tengo pase. —aclaró Felix, sacando la tarjeta de su bolsillo.
En su cara se dibujó una expresión de odio al ver que una sombra iba detrás del hombre.
—Como supuse. —pensó el chico—. Por alguna razón, los humanos parecen atraerles... excepto yo.
—Ése no es el problema. —señaló el individuo—. Está estrictamente prohibido correr en los pasillos.
—Iba a la enfermería, llevo un poco de prisa. —respondió Felix, sin apartar sus fulminantes ojos de la sombra.
—Te lo dejaré pasar esta vez, pero que no te vuelva a ver hacerlo. ¡Y no me mires así, sólo hago mi trabajo!
Felix sólo asintió con la cabeza. Se alejó del vigilante y de su fantasmal acompañante, y continuó su camino rumbo a la enfermería, la cual se encontraba justo enfrente de las oficinas de administración, en el primer piso del edificio.
La enfermería era, sin duda alguna, bastante grande. Tenía espacio para diez camas, lo cual algunos veían excesivos, además de tener tres baños y una gran variedad de medicamentos. Como siguiendo una especie de requisito, tanto las paredes como las camas, con sus respectivas sábanas y cortinas, eran de color blanco.
Esto hizo que a Felix le ardieran los ojos. La luz se veía intensificada por la visión del chico, por lo que una habitación blanca no era precisamente sombría.
Felix tocó la puerta abierta, recibiendo un “Adelante” por respuesta, y entró al lugar. Sentados en sus correspondientes escritorios, se encontraban una enfermera y el doctor de la academia.
—Explícame, ¿qué es lo que te molesta? —preguntó el hombre, sin levantar la vista del ordenador de su escritorio, en el cual se encontraba tecleando Dios sabría qué.
—Esto... Me molestan los ojos. Bastante. —dijo Felix. Prefirió dejar de lado la presión en su cabeza, la cual había disminuido tremendamente desde la noche anterior, y apenas era perceptible—. ¿Tendréis gotas o algo...?
—Sí, tenemos. —respondió el médico—. Anne, dale un frasco de gotas de manzanilla al muchacho, por favor.
—En realidad, esperaba que me examinaran primero. No es una molestia común...
—Anne, examina al muchacho, por favor.
—Pues vaya médico. —pensó el chico. La enfermera le pidió que le explicara lo que le sucedía.
Felix relató cómo había comenzado su extraña visión, dejando de fuera a los seres fantasmales, y pasando por el hecho de que había cambiado sus gafas por lentes de contacto.
La enfermera le pidió que se sentara en la cama más cercana, y Felix obedeció. Tomó una pequeña linterna y apuntó al ojo del chico. Chasqueó los dientes y dijo:
—Si voy a examinarte los ojos, deberías quitarte los contactos primero.
—No los traigo puestos. —explicó Felix, sin comprender. Acto seguido, sacó el pequeño estuche de uno de sus bolsillos, lo abrió, y mostró el contenido.
—Pues yo puedo vértelos. —señaló la enfermera. Felix notó que el doctor había dejado de escribir en el ordenador y había alzado la cabeza, escuchando con atención.
La enfermera le pasó un espejo de mano. El chico se lo acercó al rostro y miró el interior de su ojo.
La mujer tenía razón. Tal vez no eran sus lentes de contacto, pero allí definitivamente había algo. Una delgada y casi invisible línea delimitaba una especie de membrana que recubría el iris y la pupila.
—Anne, yo me encargaré del chico. —expresó el doctor, levantándose de su asiento—. He tenido casos como estos. ¿Te importaría... dejarnos solos?
La enfermera Anne asintió con la cabeza y desapareció por la puerta.
—Buenos días. Soy el doctor Robinson, mucho gusto. —se presentó el hombre, tendiéndole una mano al muchacho.
Robinson tenía la misma estatura que Felix, y poseía un cabello de color chocolate oscuro que ya empezaba a teñirse de plateado alrededor de las sienes. Le dedicó al chico una sonrisa radiante y amigable, mostrando unos blancos dientes. Tal vez sonreía con la boca, pero sus ojos color miel no manifestaron lo mismo.
Felix dudó un poco al corresponder al gesto de Robinson.
—Soy Felix...
—Flynn, lo sé. —interrumpió Robinson. El chico tragó saliva, nervioso.
—¿Cómo... lo sabe...? —inquirió el chico. Sin embargo, no recibió respuesta alguna, pues Robinson expresó:
—Por lo que has dicho, tu visión se ha hecho más sensible a la luz, intensificando el brillo y tornando las cosas oscuras en... más oscuras, vaya. ¿Estoy bien?
Felix sólo asintió con la cabeza. Robinson tomó la pequeña linterna y le ordenó al muchacho que mirara la luz.
—Mmm... Ya veo... ¡Ah...! Ajá... — era todo lo que el doctor decía mientras continuaba examinando los dos ojos del chico.
El doctor finalmente apagó la linterna. La dejó con sumo cuidado en la mesilla de noche de la cama en la que Felix estaba sentado. Caminó hasta una repisa y tomó una pequeña bolsita de plástico.
—Felix, ¿te importa mostrarme tu mano? —pidió Robinson, una vez se había puesto los guantes que estaban en la bolsa.
—¡Lo sabe! —notó de inmediato Felix. Sin embargo, podría ser su única oportunidad de recibir ayuda, por lo que se quitó la guanteleta y obedeció.
Robinson le tomó la mano apenas la tendió.
—Nadie te dijo que me dieras la derecha. —apuntó el médico. Felix simplemente explicó que era diestro—. ¿Qué te has hecho en la mano? —preguntó, una vez notó la sangre seca.
Felix no contestó. El doctor tomó una pequeña toalla, se dirigió al baño, y mojó la punta con el agua del lavabo.
—Son marcas de uñas. —dijo Robinson, una vez había vuelto y le había limpiado la mayoría de la sangre con la toalla húmeda.
Felix notó que estaba sudando. No supo si por nervios o por miedo. Tal vez por ambos.
—Dime, Felix... ¿Has tenido..... alucinaciones?
Felix sintió como si alguien le hubiera arrojado agua fría encima. Ya no había duda alguna: Robinson lo sabía. Muchas preguntas pasaron por la cabeza del chico. ¿Me ayudará? ¿Está en contra mía? ¿Tiene explicaciones? ¿Es uno de ellos disfrazado? ¿Puede ver lo mismo?
Robinson le soltó la mano, a la par que dejaba salir un gemido de comprensión. Caminó hacia su escritorio y tomó una hoja de papel, la cual puso en una tablilla para apoyar.
—Bien, quiero que me expliques to...
Robinson se detuvo. Felix estaba de pie, con las piernas separadas y flexionadas, preparado para escapar. Sin embargo, el doctor se encontraba parado entre los dos escritorios, bloqueando la única salida.
Pero eso no pensó Felix, pues recorrió el pequeño espacio entre la cama y Robinson con una zancada y saltó por encima del escritorio más cercano, utilizando las manos como apoyo. El doctor dejó caer su tablilla e intentó tomar a muchacho por el saco del uniforme, pero Felix se retorció y se liberó de él.
La campana anunció el fin de clases al mismo tiempo que Felix salía por la puerta principal del edificio escolar. Era definitivo. Robinson lo había visto.
Su mano estaba brillando.
Felix recorrió todo el túnel de árboles en su extensión, y saltó la escalinata entera. Al caer, rodó sobre su hombro para reducir el impacto. Se sorprendió ante su logro, pero se puso de pie y continuó corriendo.
Sin importarle las miradas de los curiosos, Felix entró al centro de computación. Pagó dos dólares en la entrada y se apresuró a sentarse en el ordenador más alejado de la puerta.
Una vez la computadora había encendido, Felix inició el navegador, que al instante le mostró un buscador como página de inicio.
Sin dudar, Felix tecleó dos palabras en el buscador: “Universo” y “Paralelo”.
Al instante se mostraron miles, tal vez millones de resultados, en la pantalla del ordenador. Felix entró al que tenía el título y descripción más llamativos para él.
La teoría de las cuerdas, el multiverso, la antimateria... Felix estuvo un par de horas leyendo documentos, pero no estuvo seguro de ser capaz de explicar a aquellas sombras que acechaban en cada momento.
El centro de computación, al estar repleto de personas, estaba también lleno de aquellas criaturas. Muchas de ellas se conformaban con estar sentadas o de pie al lado de su humano correspondiente, otras se subían a las mesas o a las sillas, y algunas parecían flotar por encima de la gente.
Felix se alegró, pues ninguna se acercaba a él.
Finalmente, el chico se ocupó de apagar el ordenador y de guardar sus pertenencias en la mochila. Luego salió del edificio, no sin antes buscar a Robinson con la mirada. Emprendió el rumbo hacia la salida, esperando tomar un autobús a su casa.
Sintió una minúscula gota de agua caer en su mano derecha, que ahora mantenía la mochila en su lugar al agarrar el tirante. Muy pronto le golpearon más gotas, tanto en el rostro, como en los brazos y ropa.
Muy pronto llovía a cántaros. Felix se encontró empapado. Corriendo para no mojarse, lo cual de hecho ya no le servía de nada, el chico buscó refugio bajo las ramas del túnel de árboles. Rezó para que un rayo no se viera atraído hacia él, pues siempre le habían dicho que no se parara bajo un árbol mientras llovía.
De nuevo sintió un ataque. Maldijo en voz alta, pues sintió una vez más la presión en la cabeza, como si le apretaran los oídos con las manos.
Casi sin pensarlo, Felix se miró la mano, esperando verla despedir luz. Pero, para su alivio, continuaba igual que antes.
Pum. Pum. Pum.
Era capaz de escuchar la sangre recorrer su cuerpo y los latidos de su corazón rebotando en sus oídos. Era la peor sensación que había sentido en toda su vida. Sentía que en cualquier momento su cráneo cedería a la presión y aplastaría su cerebro.
Pupum. Pupum. Pupum.
Tanto su ritmo cardíaco como respiratorio se aceleraron. Su vista y su mente comenzaron a nublarse. Las piernas le temblaron y, sin previo aviso, fueron incapaces de sostenerle.
Felix cayó al suelo de costado. Soltó un grito y se hizo un ovillo, en un vano intento de disminuir el dolor.
A la par que las pulsaciones aumentaban de velocidad, Felix sintió como si le estrujaran el corazón. Se apretó el pecho en un acto de desesperación, pero no le sirvió en absoluto.
Algo en su interior se rompió con un chasquido, como si de una minúscula cápsula se tratase. En unas milésimas de segundo, algo frío recorrió su cuerpo entero, como si agua fría se hubiese liberado en su torrente sanguíneo de golpe.
Y Felix perdió la conciencia.
Felix Flynn supo que estaba despierto cuando sintió el fuerte dolor en su cuerpo. Sus músculos tenían ácido láctico acumulado, como si hubiera pasado horas haciendo ejercicio.
Abrió los ojos. La presión en sus oídos ya no era tan fuerte, pero seguía allí. Aún veía un poco nublado, pero se sorprendió al ver que la molestia en sus pupilas ya había cedido considerablemente. La luz ambiental ya no era fulgurante, pero los objetos en sombra seguían siendo oscuros. A pesar de que habían disminuido de tamaño, habían aumentado muchísimo en cuanto a cantidad. Eran pequeñas como alfileres, pero las sombras recorrían todo el espacio desde la nariz de Felix hasta la punta del cielo.
Las criaturas fantasmales habían desaparecido.
Movió un poco la cabeza y descubrió que las sombras y reflejos se movieron de sitio, y algunos cambiaron de intensidad. Un poco curioso, regresó su cabeza a la posición anterior. La luz se movió de nuevo.
Finalmente, el chico decidió ponerse de pie. Levantó la parte superior de su cuerpo, quedando así sentado. Se sorprendió al sentir cómo se mojaba el torso y la cabeza, como si al levantarse hubiese activado una ducha invisible. Temblando de miedo, Felix se puso lentamente de pie, mojándose aún más.
¡Eran gotas de lluvia!
Aquellos reflejos que Felix había tomado por su extraña visión fantasmal eran en realidad producto de la luz solar pasando a través de las inmóviles gotas de agua. La presión en su cabeza, en cambio, no era la que le había molestado los últimos días, sino el charco de agua presionando su oído interno.
Sí, era real. Estaba solo, con un mundo detenido a su alrededor.
Felix movió lentamente el brazo frente a él. Sonrío cuando vio al agua cobrar vida y moverse junto con su mano, para dspués volverse a quedar inmóvil al perder el contacto con su cuerpo.
El chico escupió al frente. El fluido se movió unos dos centímetros antes de perder la velocidad y detenerse en el aire. Soltó una carcajada y se alejó del escupitajo, sólo por precaución. Con una sonrisa en el rostro, le dio un puñetazo a las inmóviles gotas de agua. Accidentalmente, se mojó la cara.
Mientras se limpiaba el agua del rostro, creyó ver un movimiento frente a él. Rápidamente se quitó la mano de la cara e intentó ver al frente, a pesar de que la falsa neblina, provocada por el agua ingrávida, le impedía hacerlo bien.
—¡Ah! —gritó Felix, asustado. Inmediatamente se arrepintió por haber delatado su localización. Hizo lo posible por retroceder sin llamar su atención, aunque en el fondo ya sabía que de todos modos “eso” ya le había visto.
Tenía la forma de un humano, aunque definitivamente no lo era. Medía más de dos metros, pero se encorvaba y flexionaba las piernas, pareciendo así más pequeño. Era completamente negro, tan negro como la misma noche. Y como dos lunas enmarcadas en aquel majestuoso cuadro nocurno, dos rasgados ojos amarillos rompían la oscura monotonía de su inexpresivo rostro. Apenas podría verse la rendija que hacía de boca, si no fuese porque sus dientes eran blancos cual marfil.
Alzó uno de sus dos brazos, los cuales no eran proporcionales a su cuerpo y arrastraban por el suelo, y señaló a Felix con uno de sus dedos. Felix notó que diez largas garras, cuales dagas y negras también, nacían de la punta de sus huesudos dedos.
Miró fijamente y mostró sus dientes, tan afilados como el cuarto creciente. Pese a que se encontraba a unos treinta metros de Felix, el chico no tenía duda de que podría recorrerlos en pocos segundos con sus largas piernas.
Felix dio un paso hacia atrás, intentando alejarse de aquél ser. Sin embargo, resbaló con los charcos de agua, perdiendo así el equilibrio. Cayó sin reparo alguno, y rodó por las escaleras.
Se detuvo en el descanso que estaba en la mitad de la escalinata, y permaneció algunos segundos en el suelo, quejándose. Además de que el cuerpo le dolía tremendamente, ahora se había magullado gran parte de la espalda y las extremidades. Para colmo, su uniforme escolar estaba sucio y lleno de lodo.
Felix miró hacia arriba antes de levantarse, pero antes de hacerlo, el ser se interpuso entre él y el cielo con un salto. Cayó justo al lado de Felix, y le miró con sus amarillos ojos. No había diferencia entre la pupila, el iris o el resto del ojo. Era sencillamente aterrador.
La boca de la criatura se abrió y dejó salir una larga y puntiaguda lengua de color negro, con la cual se relamió los blancos dientes.
Finalmente, el ser decidió atacar al chico. Alzó su mano, con las garras apuntando a Felix, tomando impulso. La sombra la dejó caer con toda su fuerza...
—¡¡¡No!!! —vociferó el chico, cubriéndose el rostro con los brazos. Sin embargo, eso no le impidió ver cómo la mano del ser se detenía a medio camino. Por un momento Felix creyó que la criatura había parado por sí misma, pero se dio cuenta de que había algo más cuando el ser fue despedido por una poderosa corriente de aire, proveniente de la nada. La cosa voló unos diez metros, dando vueltas en el aire como un muñeco de trapo, para finalmente romper las ramas del túnel de árboles y caer en su interior.
A la par que se ponía de pie, lanzó un potente aullido que no presagiaba nada bueno. Miró a Felix, quien ahora también estaba de pie, desde su posición y se movió de una manera bastante conocida para el chico: Balanceando los brazos como péndulos, de modo repugnante. Con asco, Felix aceptó que esas cosas sí eran algo paranormal. Sí estaban allí, y no podría ignorarlo o cambiarlo.
Rápidamente dio la media vuelta y saltó el tramo final de la escalinata. Intentó correr hacia las canchas de fútbol, donde tendría mucho espacio abierto para maniobrar y huir, pero otro ser le bloqueó el paso.
Estaba rodeado. Si se metía por el callejón entre la cafetería y el centro de computación, podría terminar a un lado del teatro o de los dormitorios, pero debido a que era demasiado estrecho, Felix descartó la posibilidad.
También podía volver un poco sobre sus pasos e intentar correr por el costado del gimnasio, pero, además de ser estrecho también, pues colindaba con el la pequeña colina en la que se encontraba la escalera, la otra criatura seguramente sería capaz de darle alcance antes de poder meterse por el callejón.
Con el propósito de buscar una salida, Felix contempló su entorno y notó que, por alguna extraña razón, no había gotas de lluvia en donde él estaba parado. Lo rodeaba una esfera de vacío, que tenía un radio de tal vez tres metros. No importaba a donde mirase, la medida siempre era la misma. Era como estar encerrado en una burbuja.
Escuchó un aullido detrás de él. Era un sonido muy extraño, y ciertamente indescriptible. Era como si un lobo estuviera aullando al mismo tiempo que alguien frotaba dos cuchillos entre sí.
Le estaban advirtiendo. Estaban jugando con él, tal y como el gato juega con el ratón agonizante antes de comérselo de un bocado.
Felix deseó que aquel milagro sucediera de nuevo. Que aquella corriente de aire, fuerza invisible, o lo que fuese, le salvara una vez más. Quería que Dios le ayudara otra vez.
Pensó en Mike, y en el hecho de que se había enfadado con él. Ni siquiera se habían peleado, simplemente habían dejado de dirigirse la palabra. Felix por miedo y Mike a manera de respuesta. Recordó la sonrisa pícara, y a veces burlona, que llevaba en el rostro. Recordó sus exagerados ademanes con las manos y su gesto de chasquear-señalar.
Y luego vino Michelle. Desde que la había conocido (y le había cortado el cabello), Felix había convivido muy bien con ella, tanto en el tiempo libre como en las clases en las que coincidían. Le causaba gracia lo tímida que podía ser en ocasiones, y lo fácil que se avergonzaba, aunque por otro lado era capaz de ser bastante dura, especialmente con Mike.
Y así llegaron más personas. Sus padres, sus hermanos, Joseph y Vanessa, e incluso aquellos compañeros de clase con los que ni siquiera hablaba. Se preguntó qué pensarían cuando encontraran su cadáver, si es que llegaban a encontrarlo.
Por primera vez en mucho tiempo, Felix lloró.
—¿Es eso toda tu fuerza? —dijo Mike. Felix alzó la cabeza al escuchar su voz, aunque en el fondo sabía que era producto de su propia imaginación—. Sé que a veces puedes ser el niño bueno, el nerd, el ñoño, y que no sabes ninguna posición de guardia realmente buena... pero me esperaba algo más sorprendente de ti.
>>Venga, F, enséñales. Puedes hacerlo mejor.
Felix extendió los brazos, cada uno apuntando a una de las sombras. No supo qué estaba haciendo, y tampoco supo por qué, pero sí sabía que, desde aquel momento, nada sería lo mismo. Sería el comienzo de una serie de acontecimientos que cambiarían su vida para siempre.
—¡¡Psique!!* —gritó. Sintió de nuevo aquella sustancia fría recorrer sus vasos sanguíneos, pero esta vez, en lugar de caer rendido, la utilizó para beneficio suyo. Redirigió lo que fuese que estaba en su interior hacia sus manos, y lo dejó salir por la punta de sus dedos.
Aquella esfera de vacío que le rodeaba se expandió, logrando una extensión de aproximadamente treinta metros de diámetro, y lanzando a los seres por los aires. Felix pudo ver como el agua cobraba vida en el límite de la burbuja y formaba pequeños ríos, los cuales comenzaron a recorrer toda su superficie en dirección de las agujas del reloj. Le recordaron tremendamente a las gotas que recorrían el parabrisas de un auto en movimiento.
Era aire. No tuvo que comprobarlo; Felix lo sintió dentro de sí mismo. Le rodeaba una esfera de frío y cortante viento.
No tuvo que hacer ninguna especie de esfuerzo para manejar el Psique a su favor. Era como si los nervios transmitieran la orden por sí mismos, como si el poder fuese sólo otra parte de su cuerpo. Así Felix formó un orbe de aire en cada mano, comprimiendo salvajes corrientes de viento en un espacio muy reducido.
Con una agilidad sorprendente, incluso para él, Felix lanzó el orbe izquierdo a la criatura que le gruñía desde el túnel, disparándolo hasta el otro extremo del pasadizo. Dicho ser no había aterrizado siquiera cuando Felix ya había dado un salto giratorio, de manera horizontal y con los brazos abiertos, a manera de catapulta, y lanzando así la otra esfera en dirección a la criatura que seguía en pie, rozando el suelo únicamente con la punta de los dedos de su mano derecha.
El chico corrió hacia el ser que se encontraba a un lado del gimnasio, el más cercano a él, y se paró a un lado suyo. Con la furia embriagándole, Felix lanzó un manotazo, provocando una cortante corriente de aire. La criatura soltó un aullido y se cubrió el vientre con las garras, en intensa agonía.
Felix lanzó más y más manotazos, con sus respectivas corrientes de viento. Éstas cortaron cuales cuchillas la carne de la ahora indefensa sombra. De las heridas manaba un líquido espeso parecido al aceite para coches, pese a que era de color negro obsidiana. Felix supuso que era la sangre del ser.
Con un aullido, la sombra comenzó a derretirse. Sus músculos comenzaron a temblar, hasta adoptar la consistencia de la gelatina, y después la del agua misma. Los órganos internos y huesos se fundieron antes de que Felix pudiera verlos, y se hicieron uno con la carne y sangre de la criatura.
Lo que antes había sido una amenaza para Felix ahora era una simple masa de color negro.
Súbitamente, la esfera de aire que rodeaba a Felix desapareció. Intentó usar su Psique de nuevo, pero se vio incapaz. Su preocupación se intensificó al ver cómo la criatura restante emergía del túnel de árboles, dispuesta a atacarle.
Le pasó por la cabeza la posibilidad de correr, pues ahora sí tenía una vía de escape, pero supo que no podría moverse. Los músculos le ardían por la severa acumulación de ácido, y de todos modos sabía que la criatura era capaz de darle alcance, estuviese cansado o no.
¿Debería quedarse donde estaba? Y si lo hiciese, ¿qué haría después? ¿Emergería su Psique ante el peligro o sería incapaz de invocarlo como lo era en ese momento?
Repentinamente, la criatura estalló en llamas. Felix se quedó atónito ante tal salvación. El ser dejó escapar un agudo y chirriante aullido de dolor, mientras corría entre la ingrávida lluvia para intentar apagar el fuego. La criatura iba dejando un rastro de sangre negra y agua tras de ella, y en algunos lugares dejó caer también trozos de carne chamuscada.
Finalmente su cuerpo fue incapaz de soportarlo y la criatura se desplomó, inerte.
—Estoy a salvo... —murmuró Felix con un enorme alivio, mientras veía como el cadáver de la sombra se convertía en una masa oscura de sangre, carne y huesos fundidos.
—Estoy... a salvo..... —repitió. Lo último que recordó antes de quedar inconsciente fue una súbita flaquedad en las piernas, el suelo acercándose peligrosamente y el sabor a sangre en la boca.
*Con pronunciación Sík.
Felix cruzó corriendo el pasillo vacío del colegio. Como nunca antes lo había hecho, pues era muy respetuoso con las reglas, resbaló al intentar dar la vuelta, por lo que cayó al suelo de bruces. Sin poder detenerse, se estrelló con la pared y se quemó la rodilla por la fricción de su piel contra la tela de su recién comprado pantalón, parte del uniforme de la academia.
Se levantó y ni se molestó en sacudirse, ya que si había resbalado tan limpiamente, el suelo debería estar más que pulcro. Continuó su carrera, intentando ser indiferente a las sombras que andaban por los pasillos.
Desde el día anterior, sus ojos habían captado algo que estaba más allá de lo que podía ver el humano. Durante algunos momentos, la luz le parecía más brillante, y los objetos en sombra se tornaban oscuros.
En aquel aterrador caleidoscopio de luz se movían unos extraños seres que parecían existir en otro plano espacial. Eran intangibles, inaudibles y, excepto para Felix, también invisibles. El chico apenas era capaz de verlos, pues eran casi transparentes, y se perdían en el laberinto de luces. Y sin embargo, era capaz de localizarlos por sus brillantes ojos amarillos, que resaltaban como un faro en el nocturno océano.
Felix estaba más que susceptible. El día anterior, o más bien noche, había tenido un extraño incidente con dichas sombras. Aterrado, pensó que le seguían, por lo que corrió una considerable distancia antes de buscar refugio en un solitario parque. Extrañamente, todas las luces se apagaron, y Felix fue incapaz de encontrar la luna o estrella alguna.
El chico descubrió que su mano despedía un brillo azul, lo cual le espantó aún más. Por dicho motivo, se había llevado puesta a la escuela una guanteleta que su hermano Kyle solía usar para andar en bicicleta.
Aquella noche Felix se las arregló para llegar corriendo a su casa, sólo para descubrir que la distancia que recorría en quince minutos en autobús la había recorrido en escasos cinco minutos corriendo. No pudo dormir casi nada; el sueño le ganó al miedo alrededor de las dos de la mañana. Para empeorar las cosas, olvidó que los martes y los jueves entraba una hora más tarde a la academia, por lo que perdió otra hora de sueño.
—¡Oye! —llamó un hombre que vio a Felix pasar corriendo por un cruce de pasillos. El muchacho, obediente, regresó sobre sus pasos.
—¿Sí? —preguntó. Luego dejó salir un “oh” de comprensión al notar la banda que decía “Hall Monitor” y que el hombre llevaba alrededor del brazo derecho.
—Tengo pase. —aclaró Felix, sacando la tarjeta de su bolsillo.
En su cara se dibujó una expresión de odio al ver que una sombra iba detrás del hombre.
—Como supuse. —pensó el chico—. Por alguna razón, los humanos parecen atraerles... excepto yo.
—Ése no es el problema. —señaló el individuo—. Está estrictamente prohibido correr en los pasillos.
—Iba a la enfermería, llevo un poco de prisa. —respondió Felix, sin apartar sus fulminantes ojos de la sombra.
—Te lo dejaré pasar esta vez, pero que no te vuelva a ver hacerlo. ¡Y no me mires así, sólo hago mi trabajo!
Felix sólo asintió con la cabeza. Se alejó del vigilante y de su fantasmal acompañante, y continuó su camino rumbo a la enfermería, la cual se encontraba justo enfrente de las oficinas de administración, en el primer piso del edificio.
La enfermería era, sin duda alguna, bastante grande. Tenía espacio para diez camas, lo cual algunos veían excesivos, además de tener tres baños y una gran variedad de medicamentos. Como siguiendo una especie de requisito, tanto las paredes como las camas, con sus respectivas sábanas y cortinas, eran de color blanco.
Esto hizo que a Felix le ardieran los ojos. La luz se veía intensificada por la visión del chico, por lo que una habitación blanca no era precisamente sombría.
Felix tocó la puerta abierta, recibiendo un “Adelante” por respuesta, y entró al lugar. Sentados en sus correspondientes escritorios, se encontraban una enfermera y el doctor de la academia.
—Explícame, ¿qué es lo que te molesta? —preguntó el hombre, sin levantar la vista del ordenador de su escritorio, en el cual se encontraba tecleando Dios sabría qué.
—Esto... Me molestan los ojos. Bastante. —dijo Felix. Prefirió dejar de lado la presión en su cabeza, la cual había disminuido tremendamente desde la noche anterior, y apenas era perceptible—. ¿Tendréis gotas o algo...?
—Sí, tenemos. —respondió el médico—. Anne, dale un frasco de gotas de manzanilla al muchacho, por favor.
—En realidad, esperaba que me examinaran primero. No es una molestia común...
—Anne, examina al muchacho, por favor.
—Pues vaya médico. —pensó el chico. La enfermera le pidió que le explicara lo que le sucedía.
Felix relató cómo había comenzado su extraña visión, dejando de fuera a los seres fantasmales, y pasando por el hecho de que había cambiado sus gafas por lentes de contacto.
La enfermera le pidió que se sentara en la cama más cercana, y Felix obedeció. Tomó una pequeña linterna y apuntó al ojo del chico. Chasqueó los dientes y dijo:
—Si voy a examinarte los ojos, deberías quitarte los contactos primero.
—No los traigo puestos. —explicó Felix, sin comprender. Acto seguido, sacó el pequeño estuche de uno de sus bolsillos, lo abrió, y mostró el contenido.
—Pues yo puedo vértelos. —señaló la enfermera. Felix notó que el doctor había dejado de escribir en el ordenador y había alzado la cabeza, escuchando con atención.
La enfermera le pasó un espejo de mano. El chico se lo acercó al rostro y miró el interior de su ojo.
La mujer tenía razón. Tal vez no eran sus lentes de contacto, pero allí definitivamente había algo. Una delgada y casi invisible línea delimitaba una especie de membrana que recubría el iris y la pupila.
—Anne, yo me encargaré del chico. —expresó el doctor, levantándose de su asiento—. He tenido casos como estos. ¿Te importaría... dejarnos solos?
La enfermera Anne asintió con la cabeza y desapareció por la puerta.
—Buenos días. Soy el doctor Robinson, mucho gusto. —se presentó el hombre, tendiéndole una mano al muchacho.
Robinson tenía la misma estatura que Felix, y poseía un cabello de color chocolate oscuro que ya empezaba a teñirse de plateado alrededor de las sienes. Le dedicó al chico una sonrisa radiante y amigable, mostrando unos blancos dientes. Tal vez sonreía con la boca, pero sus ojos color miel no manifestaron lo mismo.
Felix dudó un poco al corresponder al gesto de Robinson.
—Soy Felix...
—Flynn, lo sé. —interrumpió Robinson. El chico tragó saliva, nervioso.
—¿Cómo... lo sabe...? —inquirió el chico. Sin embargo, no recibió respuesta alguna, pues Robinson expresó:
—Por lo que has dicho, tu visión se ha hecho más sensible a la luz, intensificando el brillo y tornando las cosas oscuras en... más oscuras, vaya. ¿Estoy bien?
Felix sólo asintió con la cabeza. Robinson tomó la pequeña linterna y le ordenó al muchacho que mirara la luz.
—Mmm... Ya veo... ¡Ah...! Ajá... — era todo lo que el doctor decía mientras continuaba examinando los dos ojos del chico.
El doctor finalmente apagó la linterna. La dejó con sumo cuidado en la mesilla de noche de la cama en la que Felix estaba sentado. Caminó hasta una repisa y tomó una pequeña bolsita de plástico.
—Felix, ¿te importa mostrarme tu mano? —pidió Robinson, una vez se había puesto los guantes que estaban en la bolsa.
—¡Lo sabe! —notó de inmediato Felix. Sin embargo, podría ser su única oportunidad de recibir ayuda, por lo que se quitó la guanteleta y obedeció.
Robinson le tomó la mano apenas la tendió.
—Nadie te dijo que me dieras la derecha. —apuntó el médico. Felix simplemente explicó que era diestro—. ¿Qué te has hecho en la mano? —preguntó, una vez notó la sangre seca.
Felix no contestó. El doctor tomó una pequeña toalla, se dirigió al baño, y mojó la punta con el agua del lavabo.
—Son marcas de uñas. —dijo Robinson, una vez había vuelto y le había limpiado la mayoría de la sangre con la toalla húmeda.
Felix notó que estaba sudando. No supo si por nervios o por miedo. Tal vez por ambos.
—Dime, Felix... ¿Has tenido..... alucinaciones?
Felix sintió como si alguien le hubiera arrojado agua fría encima. Ya no había duda alguna: Robinson lo sabía. Muchas preguntas pasaron por la cabeza del chico. ¿Me ayudará? ¿Está en contra mía? ¿Tiene explicaciones? ¿Es uno de ellos disfrazado? ¿Puede ver lo mismo?
Robinson le soltó la mano, a la par que dejaba salir un gemido de comprensión. Caminó hacia su escritorio y tomó una hoja de papel, la cual puso en una tablilla para apoyar.
—Bien, quiero que me expliques to...
Robinson se detuvo. Felix estaba de pie, con las piernas separadas y flexionadas, preparado para escapar. Sin embargo, el doctor se encontraba parado entre los dos escritorios, bloqueando la única salida.
Pero eso no pensó Felix, pues recorrió el pequeño espacio entre la cama y Robinson con una zancada y saltó por encima del escritorio más cercano, utilizando las manos como apoyo. El doctor dejó caer su tablilla e intentó tomar a muchacho por el saco del uniforme, pero Felix se retorció y se liberó de él.
La campana anunció el fin de clases al mismo tiempo que Felix salía por la puerta principal del edificio escolar. Era definitivo. Robinson lo había visto.
Su mano estaba brillando.
Felix recorrió todo el túnel de árboles en su extensión, y saltó la escalinata entera. Al caer, rodó sobre su hombro para reducir el impacto. Se sorprendió ante su logro, pero se puso de pie y continuó corriendo.
Sin importarle las miradas de los curiosos, Felix entró al centro de computación. Pagó dos dólares en la entrada y se apresuró a sentarse en el ordenador más alejado de la puerta.
Una vez la computadora había encendido, Felix inició el navegador, que al instante le mostró un buscador como página de inicio.
Sin dudar, Felix tecleó dos palabras en el buscador: “Universo” y “Paralelo”.
Al instante se mostraron miles, tal vez millones de resultados, en la pantalla del ordenador. Felix entró al que tenía el título y descripción más llamativos para él.
La teoría de las cuerdas, el multiverso, la antimateria... Felix estuvo un par de horas leyendo documentos, pero no estuvo seguro de ser capaz de explicar a aquellas sombras que acechaban en cada momento.
El centro de computación, al estar repleto de personas, estaba también lleno de aquellas criaturas. Muchas de ellas se conformaban con estar sentadas o de pie al lado de su humano correspondiente, otras se subían a las mesas o a las sillas, y algunas parecían flotar por encima de la gente.
Felix se alegró, pues ninguna se acercaba a él.
Finalmente, el chico se ocupó de apagar el ordenador y de guardar sus pertenencias en la mochila. Luego salió del edificio, no sin antes buscar a Robinson con la mirada. Emprendió el rumbo hacia la salida, esperando tomar un autobús a su casa.
Sintió una minúscula gota de agua caer en su mano derecha, que ahora mantenía la mochila en su lugar al agarrar el tirante. Muy pronto le golpearon más gotas, tanto en el rostro, como en los brazos y ropa.
Muy pronto llovía a cántaros. Felix se encontró empapado. Corriendo para no mojarse, lo cual de hecho ya no le servía de nada, el chico buscó refugio bajo las ramas del túnel de árboles. Rezó para que un rayo no se viera atraído hacia él, pues siempre le habían dicho que no se parara bajo un árbol mientras llovía.
De nuevo sintió un ataque. Maldijo en voz alta, pues sintió una vez más la presión en la cabeza, como si le apretaran los oídos con las manos.
Casi sin pensarlo, Felix se miró la mano, esperando verla despedir luz. Pero, para su alivio, continuaba igual que antes.
Pum. Pum. Pum.
Era capaz de escuchar la sangre recorrer su cuerpo y los latidos de su corazón rebotando en sus oídos. Era la peor sensación que había sentido en toda su vida. Sentía que en cualquier momento su cráneo cedería a la presión y aplastaría su cerebro.
Pupum. Pupum. Pupum.
Tanto su ritmo cardíaco como respiratorio se aceleraron. Su vista y su mente comenzaron a nublarse. Las piernas le temblaron y, sin previo aviso, fueron incapaces de sostenerle.
Felix cayó al suelo de costado. Soltó un grito y se hizo un ovillo, en un vano intento de disminuir el dolor.
A la par que las pulsaciones aumentaban de velocidad, Felix sintió como si le estrujaran el corazón. Se apretó el pecho en un acto de desesperación, pero no le sirvió en absoluto.
Algo en su interior se rompió con un chasquido, como si de una minúscula cápsula se tratase. En unas milésimas de segundo, algo frío recorrió su cuerpo entero, como si agua fría se hubiese liberado en su torrente sanguíneo de golpe.
Y Felix perdió la conciencia.
Felix Flynn supo que estaba despierto cuando sintió el fuerte dolor en su cuerpo. Sus músculos tenían ácido láctico acumulado, como si hubiera pasado horas haciendo ejercicio.
Abrió los ojos. La presión en sus oídos ya no era tan fuerte, pero seguía allí. Aún veía un poco nublado, pero se sorprendió al ver que la molestia en sus pupilas ya había cedido considerablemente. La luz ambiental ya no era fulgurante, pero los objetos en sombra seguían siendo oscuros. A pesar de que habían disminuido de tamaño, habían aumentado muchísimo en cuanto a cantidad. Eran pequeñas como alfileres, pero las sombras recorrían todo el espacio desde la nariz de Felix hasta la punta del cielo.
Las criaturas fantasmales habían desaparecido.
Movió un poco la cabeza y descubrió que las sombras y reflejos se movieron de sitio, y algunos cambiaron de intensidad. Un poco curioso, regresó su cabeza a la posición anterior. La luz se movió de nuevo.
Finalmente, el chico decidió ponerse de pie. Levantó la parte superior de su cuerpo, quedando así sentado. Se sorprendió al sentir cómo se mojaba el torso y la cabeza, como si al levantarse hubiese activado una ducha invisible. Temblando de miedo, Felix se puso lentamente de pie, mojándose aún más.
¡Eran gotas de lluvia!
Aquellos reflejos que Felix había tomado por su extraña visión fantasmal eran en realidad producto de la luz solar pasando a través de las inmóviles gotas de agua. La presión en su cabeza, en cambio, no era la que le había molestado los últimos días, sino el charco de agua presionando su oído interno.
Sí, era real. Estaba solo, con un mundo detenido a su alrededor.
Felix movió lentamente el brazo frente a él. Sonrío cuando vio al agua cobrar vida y moverse junto con su mano, para dspués volverse a quedar inmóvil al perder el contacto con su cuerpo.
El chico escupió al frente. El fluido se movió unos dos centímetros antes de perder la velocidad y detenerse en el aire. Soltó una carcajada y se alejó del escupitajo, sólo por precaución. Con una sonrisa en el rostro, le dio un puñetazo a las inmóviles gotas de agua. Accidentalmente, se mojó la cara.
Mientras se limpiaba el agua del rostro, creyó ver un movimiento frente a él. Rápidamente se quitó la mano de la cara e intentó ver al frente, a pesar de que la falsa neblina, provocada por el agua ingrávida, le impedía hacerlo bien.
—¡Ah! —gritó Felix, asustado. Inmediatamente se arrepintió por haber delatado su localización. Hizo lo posible por retroceder sin llamar su atención, aunque en el fondo ya sabía que de todos modos “eso” ya le había visto.
Tenía la forma de un humano, aunque definitivamente no lo era. Medía más de dos metros, pero se encorvaba y flexionaba las piernas, pareciendo así más pequeño. Era completamente negro, tan negro como la misma noche. Y como dos lunas enmarcadas en aquel majestuoso cuadro nocurno, dos rasgados ojos amarillos rompían la oscura monotonía de su inexpresivo rostro. Apenas podría verse la rendija que hacía de boca, si no fuese porque sus dientes eran blancos cual marfil.
Alzó uno de sus dos brazos, los cuales no eran proporcionales a su cuerpo y arrastraban por el suelo, y señaló a Felix con uno de sus dedos. Felix notó que diez largas garras, cuales dagas y negras también, nacían de la punta de sus huesudos dedos.
Miró fijamente y mostró sus dientes, tan afilados como el cuarto creciente. Pese a que se encontraba a unos treinta metros de Felix, el chico no tenía duda de que podría recorrerlos en pocos segundos con sus largas piernas.
Felix dio un paso hacia atrás, intentando alejarse de aquél ser. Sin embargo, resbaló con los charcos de agua, perdiendo así el equilibrio. Cayó sin reparo alguno, y rodó por las escaleras.
Se detuvo en el descanso que estaba en la mitad de la escalinata, y permaneció algunos segundos en el suelo, quejándose. Además de que el cuerpo le dolía tremendamente, ahora se había magullado gran parte de la espalda y las extremidades. Para colmo, su uniforme escolar estaba sucio y lleno de lodo.
Felix miró hacia arriba antes de levantarse, pero antes de hacerlo, el ser se interpuso entre él y el cielo con un salto. Cayó justo al lado de Felix, y le miró con sus amarillos ojos. No había diferencia entre la pupila, el iris o el resto del ojo. Era sencillamente aterrador.
La boca de la criatura se abrió y dejó salir una larga y puntiaguda lengua de color negro, con la cual se relamió los blancos dientes.
Finalmente, el ser decidió atacar al chico. Alzó su mano, con las garras apuntando a Felix, tomando impulso. La sombra la dejó caer con toda su fuerza...
—¡¡¡No!!! —vociferó el chico, cubriéndose el rostro con los brazos. Sin embargo, eso no le impidió ver cómo la mano del ser se detenía a medio camino. Por un momento Felix creyó que la criatura había parado por sí misma, pero se dio cuenta de que había algo más cuando el ser fue despedido por una poderosa corriente de aire, proveniente de la nada. La cosa voló unos diez metros, dando vueltas en el aire como un muñeco de trapo, para finalmente romper las ramas del túnel de árboles y caer en su interior.
A la par que se ponía de pie, lanzó un potente aullido que no presagiaba nada bueno. Miró a Felix, quien ahora también estaba de pie, desde su posición y se movió de una manera bastante conocida para el chico: Balanceando los brazos como péndulos, de modo repugnante. Con asco, Felix aceptó que esas cosas sí eran algo paranormal. Sí estaban allí, y no podría ignorarlo o cambiarlo.
Rápidamente dio la media vuelta y saltó el tramo final de la escalinata. Intentó correr hacia las canchas de fútbol, donde tendría mucho espacio abierto para maniobrar y huir, pero otro ser le bloqueó el paso.
Estaba rodeado. Si se metía por el callejón entre la cafetería y el centro de computación, podría terminar a un lado del teatro o de los dormitorios, pero debido a que era demasiado estrecho, Felix descartó la posibilidad.
También podía volver un poco sobre sus pasos e intentar correr por el costado del gimnasio, pero, además de ser estrecho también, pues colindaba con el la pequeña colina en la que se encontraba la escalera, la otra criatura seguramente sería capaz de darle alcance antes de poder meterse por el callejón.
Con el propósito de buscar una salida, Felix contempló su entorno y notó que, por alguna extraña razón, no había gotas de lluvia en donde él estaba parado. Lo rodeaba una esfera de vacío, que tenía un radio de tal vez tres metros. No importaba a donde mirase, la medida siempre era la misma. Era como estar encerrado en una burbuja.
Escuchó un aullido detrás de él. Era un sonido muy extraño, y ciertamente indescriptible. Era como si un lobo estuviera aullando al mismo tiempo que alguien frotaba dos cuchillos entre sí.
Le estaban advirtiendo. Estaban jugando con él, tal y como el gato juega con el ratón agonizante antes de comérselo de un bocado.
Felix deseó que aquel milagro sucediera de nuevo. Que aquella corriente de aire, fuerza invisible, o lo que fuese, le salvara una vez más. Quería que Dios le ayudara otra vez.
Pensó en Mike, y en el hecho de que se había enfadado con él. Ni siquiera se habían peleado, simplemente habían dejado de dirigirse la palabra. Felix por miedo y Mike a manera de respuesta. Recordó la sonrisa pícara, y a veces burlona, que llevaba en el rostro. Recordó sus exagerados ademanes con las manos y su gesto de chasquear-señalar.
Y luego vino Michelle. Desde que la había conocido (y le había cortado el cabello), Felix había convivido muy bien con ella, tanto en el tiempo libre como en las clases en las que coincidían. Le causaba gracia lo tímida que podía ser en ocasiones, y lo fácil que se avergonzaba, aunque por otro lado era capaz de ser bastante dura, especialmente con Mike.
Y así llegaron más personas. Sus padres, sus hermanos, Joseph y Vanessa, e incluso aquellos compañeros de clase con los que ni siquiera hablaba. Se preguntó qué pensarían cuando encontraran su cadáver, si es que llegaban a encontrarlo.
Por primera vez en mucho tiempo, Felix lloró.
—¿Es eso toda tu fuerza? —dijo Mike. Felix alzó la cabeza al escuchar su voz, aunque en el fondo sabía que era producto de su propia imaginación—. Sé que a veces puedes ser el niño bueno, el nerd, el ñoño, y que no sabes ninguna posición de guardia realmente buena... pero me esperaba algo más sorprendente de ti.
>>Venga, F, enséñales. Puedes hacerlo mejor.
Felix extendió los brazos, cada uno apuntando a una de las sombras. No supo qué estaba haciendo, y tampoco supo por qué, pero sí sabía que, desde aquel momento, nada sería lo mismo. Sería el comienzo de una serie de acontecimientos que cambiarían su vida para siempre.
—¡¡Psique!!* —gritó. Sintió de nuevo aquella sustancia fría recorrer sus vasos sanguíneos, pero esta vez, en lugar de caer rendido, la utilizó para beneficio suyo. Redirigió lo que fuese que estaba en su interior hacia sus manos, y lo dejó salir por la punta de sus dedos.
Aquella esfera de vacío que le rodeaba se expandió, logrando una extensión de aproximadamente treinta metros de diámetro, y lanzando a los seres por los aires. Felix pudo ver como el agua cobraba vida en el límite de la burbuja y formaba pequeños ríos, los cuales comenzaron a recorrer toda su superficie en dirección de las agujas del reloj. Le recordaron tremendamente a las gotas que recorrían el parabrisas de un auto en movimiento.
Era aire. No tuvo que comprobarlo; Felix lo sintió dentro de sí mismo. Le rodeaba una esfera de frío y cortante viento.
No tuvo que hacer ninguna especie de esfuerzo para manejar el Psique a su favor. Era como si los nervios transmitieran la orden por sí mismos, como si el poder fuese sólo otra parte de su cuerpo. Así Felix formó un orbe de aire en cada mano, comprimiendo salvajes corrientes de viento en un espacio muy reducido.
Con una agilidad sorprendente, incluso para él, Felix lanzó el orbe izquierdo a la criatura que le gruñía desde el túnel, disparándolo hasta el otro extremo del pasadizo. Dicho ser no había aterrizado siquiera cuando Felix ya había dado un salto giratorio, de manera horizontal y con los brazos abiertos, a manera de catapulta, y lanzando así la otra esfera en dirección a la criatura que seguía en pie, rozando el suelo únicamente con la punta de los dedos de su mano derecha.
El chico corrió hacia el ser que se encontraba a un lado del gimnasio, el más cercano a él, y se paró a un lado suyo. Con la furia embriagándole, Felix lanzó un manotazo, provocando una cortante corriente de aire. La criatura soltó un aullido y se cubrió el vientre con las garras, en intensa agonía.
Felix lanzó más y más manotazos, con sus respectivas corrientes de viento. Éstas cortaron cuales cuchillas la carne de la ahora indefensa sombra. De las heridas manaba un líquido espeso parecido al aceite para coches, pese a que era de color negro obsidiana. Felix supuso que era la sangre del ser.
Con un aullido, la sombra comenzó a derretirse. Sus músculos comenzaron a temblar, hasta adoptar la consistencia de la gelatina, y después la del agua misma. Los órganos internos y huesos se fundieron antes de que Felix pudiera verlos, y se hicieron uno con la carne y sangre de la criatura.
Lo que antes había sido una amenaza para Felix ahora era una simple masa de color negro.
Súbitamente, la esfera de aire que rodeaba a Felix desapareció. Intentó usar su Psique de nuevo, pero se vio incapaz. Su preocupación se intensificó al ver cómo la criatura restante emergía del túnel de árboles, dispuesta a atacarle.
Le pasó por la cabeza la posibilidad de correr, pues ahora sí tenía una vía de escape, pero supo que no podría moverse. Los músculos le ardían por la severa acumulación de ácido, y de todos modos sabía que la criatura era capaz de darle alcance, estuviese cansado o no.
¿Debería quedarse donde estaba? Y si lo hiciese, ¿qué haría después? ¿Emergería su Psique ante el peligro o sería incapaz de invocarlo como lo era en ese momento?
Repentinamente, la criatura estalló en llamas. Felix se quedó atónito ante tal salvación. El ser dejó escapar un agudo y chirriante aullido de dolor, mientras corría entre la ingrávida lluvia para intentar apagar el fuego. La criatura iba dejando un rastro de sangre negra y agua tras de ella, y en algunos lugares dejó caer también trozos de carne chamuscada.
Finalmente su cuerpo fue incapaz de soportarlo y la criatura se desplomó, inerte.
—Estoy a salvo... —murmuró Felix con un enorme alivio, mientras veía como el cadáver de la sombra se convertía en una masa oscura de sangre, carne y huesos fundidos.
—Estoy... a salvo..... —repitió. Lo último que recordó antes de quedar inconsciente fue una súbita flaquedad en las piernas, el suelo acercándose peligrosamente y el sabor a sangre en la boca.
*Con pronunciación Sík.
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Yum yum! (Odio el doble-post D: )