Finalmente terminé de escribirlo. Lo he escrito estando ya muy desesperado, así que tiene montones de fallos. Aún así, espero que lo disfrutéis, aunque sea un poco.
Espero críticas~~
Versión Escrita (No habrá PDF por ahora):
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Capítulo 2
Cambios radicales
—Necesito que me acompañes —expresó Mike, con una voz amenazante. Tenía tomado a Felix de la coronilla, y le miraba con unos oscuros ojos que reflejaban peligro.
—¡Mike, ¿qué coño haces?! —gritó Felix, intentando liberarse. Como Mike sólo le sostenía con la mano, no fue difícil. En cuanto el chico logró zafarse, se giró y subió los puños, en guardia.
—Oye, oye —dijo Mike, moviendo las manos de un lado a otro—. Sólo estaba jugando, tío, no te pongas así.
Felix bajó los puños, pero sólo un poco. Miró a Mike con desconfianza, pues parecía que iba a decir algo más:
—Además... ¿Qué clase de guardia es ésa, por Dios? Con una simple patada ascendente te rompo por lo menos cuatro dedos.
Felix siguió a su nuevo amigo, Mike, de regreso al túnel de árboles. El par pasó de nuevo frente al centro de computación, el gimnasio y la cafetería. Ésta última tenía ventanas en dos de las paredes, por lo cual se podían ver a las animadas personas disfrutando de sus alimentos. Con lo poco que Félix pudo ver, supuso que cabrían un poco más de 100 personas en el lugar. Aunque el chico no pudo estar completamente seguro, juraría que también había mesas detrás del edificio.
El par de jóvenes subió de nuevo la escalera que llevaba al túnel y caminó unos diez metros antes de detenerse frente a dos columnas que señalaban una división del camino. Dos pinos adornaban los lados de las columnas, y una señal semi-oculta entre las hojas decía “Teatro”. Si girabas por ese camino, podías ver claramente cómo el túnel de árboles era reemplazado por una especie de cerca formada por arbustos.
—¿Cómo es que no lo vi? —pensó en voz alta Felix, admirando los dos árboles que se encontraban al lado de cada columna.
—Estabas bastante ocupado golpeándome con mi libro —respondió Mike, tomándole de los hombros e incitándole a seguir el camino.
Felix observó con sorpresa el lugar donde se alzaba el auditorio de la academia. De ancho, mediría por lo menos setenta metros. No obstante, Felix fue incapaz de calcular el largo del edificio desde su posición.
Pese a que no se podía ver de qué estaban hechos los muros, Felix supuso que eran de concreto sólido, cubiertos por las gigantescas losas de cantera en el exterior, que iban desde el verde césped del suelo hasta la punta del edificio. Lo que más llamó la atención del chico fue que el muro donde se encontraba la puerta no estaba hecho de ningún tipo de piedra. En realidad, estaba constituido por gigantescos trozos de cristal unidos por soportes metálicos, acomodados limpiamente dentro de un marco de la misma piedra que las demás paredes. Hechas de cristal también, cinco puertas dobles estaban abiertas de par en par, como incitando a entrar a cualquiera que pasara por allí.
—Y allí tienes, F, el edificio que más nos enorgullece: El auditorio —expresó Mike, a espaldas del chico. Caminaron los escasos veinte metros que restaban hasta la entrada del teatro, hasta encontrarse dentro del lugar. Felix dejó salir un “Woa...” al ver que el muro de cristal no estaba en una posición de noventa grados, sino que inclinado hacia afuera.
Felix no pudo decidir qué era más impresionante, si el interior o el exterior del teatro. La parte interna estaba hecha, tal y como supuso Felix, de los bloques comúnmente usados para los muros. Sin embargo, lo que lo hacía tan bello era el mural que lucía tanto en las paredes como la cóncava bódeda.
—¿Dionisio? —preguntó Felix, mirando el mural que exhibía al dios griego, montado sobre lo que parecía un burro, con una copa de vino en la mano, y rodeado por decenas de ménades que sostenían racimas de uvas.
—Efectivamente —confirmó Mike, dándole una palmada a Felix en el hombro, e invitándole a continuar. El chico pasó de largo las taquillas y se metió por una de las dos puertas de madera que llevaban a los asientos y al escenario.
Como en la mayoría de los teatros, los asientos se encontraban divididos en tres grupos. Felix supo después que cada grupo estaba constituido por veinte filas de veinte asientos cada una. Los susodichos eran retráctiles y estaban hechos de terciopelo rojo, dándole al lugar una apariencia muy familiar, resaltada por la mullida alfombra del mismo color.
El escenario había sido, lógicamente, construido por madera. Se alzaba dos metros del suelo, sin contar los otros dos de la zanja artificial donde los músicos se alojaban para así tocar durante la función, casi invisibles para el público.
—¿Qué sucede? —inquirió Felix apenas entró al lugar. Había varios grupos de alumnos caminando de un lado al otro, principalmente en el escenario y la parte tras bambalinas.
—Descuida, es cosa de todos los años —comenzó Mike, guiando a Felix, atravesando el teatro, hasta el escenario. Impulsándose con los brazos, el primero subió a la tarima sin usar las escaleras, cosa que el último sí hizo, sin complicarse. Estando ya arriba, Mike continuó—: El club de teatro es uno de los pocos que se reúnen aún sin que las actividades hayan empezado, pese a que comienzan con la escenografía y el vestuario, solamente; el próximo lunes, cuando empiecen las actividades extracurriculares, será cuando comiencen con las audiciones para los papeles de la obra de este semestre.
—¿Sabes de qué irá? —preguntó Felix, interesándose al ver que un chico examinaba con repugnancia unas medias de color negro.
—De una princesa y un sirviente, o algo por el estilo —respondió Mike, a la par que se metía tras bambalinas. Felix le siguió, tropezándose con un par de cables y recibiendo quejas por ello.
El par de chicos le dio la vuelta al lugar, llegando a la parte del teatro que se encontraba tras el telón, donde se encontraban los camerinos, el vestuario y montones de escenografía. Mike se acercó a un chico y le dijo:
—¡Oye, Joseph! —el chico se giró y miró a Mike con un poco de sorpresa. Ambos se saludaron con un entusiasta abrazo, e intercambiaron algunas palabras sobre sus respectivas vacaciones.
—Amigo, ¿no sabrás dónde está Michelle? —preguntó Mike— Verás, necesito su ayuda… Este tío, F, necesita un cambio. ¡F, ven y preséntate!
Felix soltó un “Oh”, antes de caminar en dirección al supuesto Joseph. El chico le ofreció su mano, y recibió una cálida respuesta.
Joseph era un pelín más alto que Felix; y más fornido, además. Como bien se enteró el chico más tarde, solía ir al gimnasio del colegio frecuentemente. Su cabello, de color negro, estaba cortado casi a ras, como suelen llevarlo los militares, lo cual le hacía parecer alguien rudo, contrario a su personalidad. Por otro lado, se encontraban sus ojos vivaces, negros también, que manifestaban lo amigable que era.
—Michelle está en ese camerino de allí —señaló una puerta que estaba detrás de Mike—, haciendo algunas cosas sobre el vestuario. ¿Es él, Michael? —preguntó Joseph, señalando a Felix sin siquiera mirarle, como si simplemente no estuviese allí.
—Mike —corrigió el chico, antes de decir—: Y sí, es él. Sólo mira su cabello —el muchacho tiró de un mechón del cabello de Felix—. Realmente necesita que Michelle le haga algunos cambios.
Fue entonces cuando Felix descubrió a qué se refería Mike: ¡Le iban a cortar el cabello! Mike no había olvidado el asunto, ¡lo había ignorado y había llevado a Felix directamente a la boca del león! Recordó lo que Mike le había dicho sobre su aspecto cuando se encontraban sentados en la biblioteca: “Tengo una amiga en el club de Teatro... Suelo ir con ella a cortarme el cabello, ¿sabes?”
—¡Mike, no! —se negó Felix, intentando retirarse del lugar. Pero Mike fue más rápido, poniéndose detrás de él y empujándolo sin reparo alguno al camerino.
—¡Mike, sí! —se burló éste, dándole el último empujón a Felix. Ambos perdieron el equilibrio con el golpe y se precipitaron repentinamente al interior del camerino. Mike se apresuró a cerrar la puerta tras él, sin olvidar poner el pestillo y agradecer a Joseph con un grito:
—¡Muchas gracias, Joseph!
—¡Cuando quieras, Michael!
—¡Michael Johnson! —gritó una voz femenina, que salía desde algún lugar detrás de un largo perchero, del cual colgaban decenas de disfraces para las obras de teatro habidas y por haber. Había ropa moderna, ropa de la edad media, de la revolución francesa… También varios disfraces, como uno de hechicero, uno de caballo y uno que era de un color verde brillante, tanto que Felix consideró la posibilidad de que fuera un disfraz de alguna verdura.
—¿Pero qué crees que estás haciendo? Entrando al camerino sin permiso algu… —la chica que acababa de salir de su escondite se interrumpió al ver a Felix. No era alta, mediría tal vez un metro y sesenta, y tampoco tenía un cuerpo exuberante, aunque seguramente sí atraía bastantes miradas. Se peinó su liso cabello castaño con las manos, pues lo tenía un poco alborotado, y miró apenada a Felix con sus brillantes ojos miel.
—Ah… —balbuceó, al ver al chico que la miraba con incomprensión. Se sonrojó un poco y miró al suelo, frotándose las manos y moviendo su pie izquierdo, manifestando lo apenada que se encontraba.
Mike se acercó a la chica y la rodeó con un brazo cariñosamente. No de una manera íntima, sino tal y como lo hacían los amigos. Le miró sonriente y le dijo:
—Verás, Mi-Mi… —comenzó a decir Mike, pero fue interrumpido inmediatamente por la chica.
—No me llames Mi-Mi si no quieres que te diga Michael —amenazó, apuntándole con el dedo índice. Mike hizo una mueca, se separó de Michelle y se interpuso entre ella y Félix alzando los brazos y dejándolos caer de nuevo, expresando que se daba por vencido. O por lo menos con esa estrategia…
Mike acarició lentamente a Michelle en la barbilla, lo cual provocó que ésta se estremeciera. El chico acercó peligrosamente a los labios de la muchacha, pero se desvió al último momento y le habló en el oído con un susurro un poco sensual, pese a que no era la palabra más adecuada:
—No querrás que lo haga… Y menos frente a él, ¿no…?
Michelle se tapó la boca con la mano, ahogando un grito, a la par que daba varios pasos hacia atrás. Mike se acercó a ella lentamente, acorralándola contra la pared. La chica retrocedió tanto que parecía que estaba sosteniendo el muro con la espalda. Felix, en cambio, aún seguía parado en el mismo lugar desde que había entrado, lleno de curiosidad.
¿Acaso hay algo entre Mike y Michelle?, pensó el muchacho, preguntándose qué era lo que Mike tenía planeado.
—¡Ah, las cosquillas! —exclamó éste entre risas, a la par que comenzaba a picarle a la chica con la punta de los dedos en el abdomen. Ésta comenzó a reír de manera incontrolable, mientras intentaba apartar a Mike por medio de rápidos manotazos.
—¡¡M-Mi-ike!! ¡¡Pa-a-ara yaaaa!! —pedía entre carcajadas, con los ojos cubiertos de lágrimas. Había parado de darle manotazos a Mike, y los había sustituido por puñetazos poco certeros, que el chico podía esquivar fácilmente al agachar la cabeza o arquearse un poco.
Finalmente Felix decidió intervenir. Con una bien calculada zancada, se colocó detrás de Mike y le picó ambos lados del vientre con los índices. Éste dio un respingo e intentó alejarse de su amigo, entre risas; pero al dar el salto hacia atrás, golpeó a Felix en la barbilla con su hombro, y ambos cayeron al suelo con un estruendo.
—¿Estará bien? —preguntó una dulce voz femenina.
—Me parece, no le golpeé tan duro —respondió otra voz, esta vez perteneciente a un chico.
Felix recordó de golpe quién era y qué hacía. Abrió los ojos sólo para encontrarse con el rostro de Mike cercano al suyo. Soltó un grito e intentó moverse, únicamente para darse cuenta de que era incapaz de hacerlo. ¡Lo habían atado a una silla!
—¿¡Qué habéis hecho!? ¿¡Por qué estoy atado!? ¿¡Qué coño pasa!? ¿¡Cuál es el maldito problema!? ¡Desatadme ya! —vociferó desesperado, moviendo la silla de un lado para otro, en un intento de liberarse.
—¡F, tranquilo! ¡F! —intentaba calmarle Mike en vano.
Felix continuaba moviéndose frenéticamente, provocando que la silla se fuese desequilibrando cada vez más. Finalmente, tras un salto extremadamente alto, una de las patas cedió ante el peso y la silla se desplomó, con Felix encima, inevitablemente hacia el frío suelo.
—¿Habéis visto lo que ocasionáis? —reclamó desde su posición— No sé qué coño intentabais al atarme a una silla, pero si no me desatáis…
Felix se interrumpió repentinamente al sentir que se le metía algo a la boca. Al tener las manos atadas, tosió lo más fuerte que sus pulmones le permitían para expulsar lo que se había tragado.
Lo logró. Sintió algo parecido a una pelusa pegado a su lengua. Con un poco de asco, escupió en el suelo.
—¿¡Cabello!? —exclamó, al ver lo que nadaba repugnantemente en su saliva. Y no era sólo ése, había decenas de montones desperdigados por el suelo. Y, peligrosamente, eran del mismo color que el cabello de Felix.
—¡No! ¡¡No!! —vociferó el chico, agitándose de nuevo en la silla— ¡¡No puede ser que sea mi cabello!! ¿¡¡Pero qué habéis hecho!!?
—F, tranquilízate… —intentó decir Michelle, pero se veía interrumpida por los ruidosos gritos de Felix:
—¡¡…haciendo eso sin permiso!! ¡¡Ya quiero saber qué le vais a decir a…!!
Repentinamente, Mike tomó un espejo de mano, se agachó y se lo puso a Felix frente al rostro.
—¡Te ves bien, tío, bien! ¡Así que cálmate! —exclamó, obligándole a mirarse en la superficie reflectora del espejo.
Lo primero que Felix notó fue que tenía sangre seca alrededor de la comisura de la boca, lo cual evidenciaba que Mike le había golpeado fuertemente la mandíbula. También pudo notar que, mientras se encontraba inconsciente, le habían quitado los anteojos y le habían lavado el gran rasguño que tenía en la mejilla, deshaciéndose además de la tirita.
Su cabello estaba cambiadísimo, el volumen había disminuido considerablemente, lo cual también hacía parecer que el color de su pelo era más claro. Apenas le llegaba a las cejas, y lo habían cortado desvanecido, al igual que el cabello que le caía hasta media oreja. También le habían puesto algún líquido brillante, pues su pelo reflejaba la luz como sólo lo hacía cuando se mojaba.
Mike levantó a Felix del suelo, con un poco de esfuerzo, y se ocupó de desatar los nudos que le tenían inmovilizado contra la silla.
—¿Qué... habéis hecho...? —preguntó, incrédulo, una vez que Mike le había liberado. Se puso de pie y se sacudió los restos de cabello de la ropa, especialmente de la parte trasera de la camisa, donde había una alarmante acumulación, pues el pelo cortado había quedado atrapado entre la espalda del chico y la silla.
Fue Michelle la que lo explicó, hablando con una notable emoción en la voz:
—Primero te empapé por completo y me deshice de los nudos con un peine abierto, y luego te cepillé hasta dejártelo completamente liso. Te quité volumen de la coronilla y te corté las puntas con unas tijeras de degrafilado. Finalmente te puse extracto de semilla de uva y te sequé el cabello. El peinado se hizo por sí solo una vez tu pelo estuvo seco.
—¿Qué me dices ahora, F? —intervino Mike— ¿Confías ahora en Michelle?
—No.
—¿Qué?
—Pero aprecio el hecho de que por lo menos lo hizo bien —respondió Felix, tocándose el cabello, aún incrédulo.
Sin previo aviso, el teléfono móvil de Felix comenzó a vibrar en su bolsillo. Tuvo dificultades para sacar el aparato de su bolsillo, pues estaba demasiado apretado. Presionó un botón y la pantalla se iluminó al instante, mostrando la causa del aviso:
23 Llamadas Perdidas
Ver Salir
—¡Veintitrés! —exclamó Felix, atónito. Les dedicó una mirada de disculpa a Mike y a Michelle, y luego expresó—: Tendréis que… perdonarme, pero me parece que mis padres me buscan con desesperación.
—Hasta luego —se despidió Michelle.
—Nos vemos —dijo Mike, agitando la mano.
Felix soltó un gran suspiro una vez se lanzó en su mullida cama. Había tenido mucho para haber sido el primer día.
Había llegado tranquilamente a su casa, después de quince minutos de viaje en autobús, para sólo recibir una regañina por parte de sus padres por haberse cortado el cabello sin permiso y haber perdido sus gafas, además de que no les había respondido las llamadas. Afortunadamente, sus padres prometieron comprarle unas más delgadas o, si lo deseaba, unos lentes de contacto.
La familia de Felix era de lo más normal, excepto por el hecho de que se veían obligados a mudarse cada año. Sus padres rondaban los cuarenta y cinco años; su madre se ocupaba de la casa, mientras su padre trabajaba la mayoría del tiempo, a excepción de las noches y el domingo, además de contar con una pobre hora y media para comer durante el mediodía.
Felix tenía un hermano y una hermana; mayor y menor, respectivamente. Su hermano mayor, Kyle, ya no vivía en casa, pues se había ido a estudiar la universidad. Cuando vivía allí, constantemente competía contra Felix en todo, ya fuesen deportes, resultados académicos, e incluso cosas sin importancia. Por ejemplo, el chico atesoraba un recuerdo de cuando él y Kyle habían competido para ver quién comía más en un buffet. A pesar de todo, los dos hermanos llevaban una buena relación, y sus competencias jamás se convertían en peleas.
Lo contrario sucedía con su hermana menor, Lily, con quien tenía discusiones constantes. La chica, de apenas trece años, pasaba por esa etapa en la que se está en contra de todos. Si no peleaba con sus padres, generalmente por no conseguir lo que quería, se empeñaba en molestar a Felix, a quien solía llamarle “Espécimen”. A Kyle, en cambio, le llamaba simplemente “Neandertal”.
Su casa, por otro lado, no era pequeña, pero tampoco demasiado lujosa. Era perfecta para la familia de cinco personas... excepto por el hecho de que Felix se veía obligado a dormir en una habitación que seguramente había sido construida como una bodega, pues era demasiado pequeña para el chico. Habían tenido que desarmar la cama, meter las piezas y armarla de nuevo en la habitación, pues era imposible maniobrar con ella en el cuarto. Pese a esto, el chico se animaba pensando que, una vez estuviese bien acomodado todo, podría mudarse a la ahora vacía habitación de Kyle.
—Felix, cariño, ¿podrías venir, por favor? —llamó su madre desde otra habitación. El chico solto un bufido, cerró el cuaderno en el cual estaba haciendo sus deberes, y se dirigió a la habitación de sus padres.
—¿Sí? —preguntó una vez que estaba allí. Tanto su padre como su madre le miraron con sus oscuros ojos color marrón, contrariamente a los de Felix, que eran verdes. Toda su familia tenía los ojos del mismo color, incluyendo a Kyle y a Lily. Consideraban a Felix la oveja negra, debido al hecho de que no tenía mucho parecido con sus padres. Muchas veces Lily le decía que era adoptado, pero el chico se consolaba diciendo que era simplemente un gen oculto que se había manifestado sólo en él.
—Hijo... Te tenemos muy malas noticias —expresó su padre. Acompañadas por su serio tono de voz, aquellas palabras no dejaban lugar a otra cosa: algo malo estaba por venir.
—¿Ocurre algo? —preguntó Felix, con un nudo en la garganta que le impedía respirar bien.
—Verás... La mudanza nos ha dicho que...
—...se han perdido varias cajas. Entre ellas tus cosas —terminó su madre.
—¡Qué! —gritó Felix, estupefacto y furioso a la vez— ¿¡Y qué ropa se supone que usaré!?
—La que Kyle no se ha llevado a la universidad —respondió su padre.
—Los de la mudanza nos han dado una compensación, así que este fin de semana, cuando tengamos tiempo, iremos a comprarte la ropa que quieras. ¿Está bien?
—Vale, vale —respondió Felix, enfadado, antes de marcharse a su habitación.
[Nota del Autor: Mientras escribía esta escena, escuchaba ESTE tema. Espero que os ayude a meteros en la historia, tal y como lo hizo conmigo]
—Mi vida es cada vez más desesperante —murmuró Felix para sí, ya más tarde, mientras se preparaba para dormir. Miró por la ventana que estaba al lado de su cama, admirando la tranquilidad de la calle nocturna.
Fue aquella noche cuando les vio por primera vez. Eran negros, negros como la nocturna infinidad que les rodeaba. Y como la misma luna que colgaba en aquella bóveda, decenas de amarillos ojos le miraron. Medirían aproximadamente dos metros y medio, pero debido a que iban encorvados y con las piernas flexionadas, no superaban la altura de un hombre normal.
Le aterraron sus brazos. Eran desiguales al resto de sus cuerpos; los balanceaban como péndulos, de una manera espeluznante y casi asquerosa. El dorso de sus manos rozaba el suelo, y sus oscuras garras al unísono provocaban un chirrido que paralizó a Felix.
Felix observó a las sombras y las sombras observaron a Felix hasta que el chico cayó dormido.
A la mañana siguiente, el joven ya había olvidado todo.
Capítulo 2
Cambios radicales
—Necesito que me acompañes —expresó Mike, con una voz amenazante. Tenía tomado a Felix de la coronilla, y le miraba con unos oscuros ojos que reflejaban peligro.
—¡Mike, ¿qué coño haces?! —gritó Felix, intentando liberarse. Como Mike sólo le sostenía con la mano, no fue difícil. En cuanto el chico logró zafarse, se giró y subió los puños, en guardia.
—Oye, oye —dijo Mike, moviendo las manos de un lado a otro—. Sólo estaba jugando, tío, no te pongas así.
Felix bajó los puños, pero sólo un poco. Miró a Mike con desconfianza, pues parecía que iba a decir algo más:
—Además... ¿Qué clase de guardia es ésa, por Dios? Con una simple patada ascendente te rompo por lo menos cuatro dedos.
Felix siguió a su nuevo amigo, Mike, de regreso al túnel de árboles. El par pasó de nuevo frente al centro de computación, el gimnasio y la cafetería. Ésta última tenía ventanas en dos de las paredes, por lo cual se podían ver a las animadas personas disfrutando de sus alimentos. Con lo poco que Félix pudo ver, supuso que cabrían un poco más de 100 personas en el lugar. Aunque el chico no pudo estar completamente seguro, juraría que también había mesas detrás del edificio.
El par de jóvenes subió de nuevo la escalera que llevaba al túnel y caminó unos diez metros antes de detenerse frente a dos columnas que señalaban una división del camino. Dos pinos adornaban los lados de las columnas, y una señal semi-oculta entre las hojas decía “Teatro”. Si girabas por ese camino, podías ver claramente cómo el túnel de árboles era reemplazado por una especie de cerca formada por arbustos.
—¿Cómo es que no lo vi? —pensó en voz alta Felix, admirando los dos árboles que se encontraban al lado de cada columna.
—Estabas bastante ocupado golpeándome con mi libro —respondió Mike, tomándole de los hombros e incitándole a seguir el camino.
Felix observó con sorpresa el lugar donde se alzaba el auditorio de la academia. De ancho, mediría por lo menos setenta metros. No obstante, Felix fue incapaz de calcular el largo del edificio desde su posición.
Pese a que no se podía ver de qué estaban hechos los muros, Felix supuso que eran de concreto sólido, cubiertos por las gigantescas losas de cantera en el exterior, que iban desde el verde césped del suelo hasta la punta del edificio. Lo que más llamó la atención del chico fue que el muro donde se encontraba la puerta no estaba hecho de ningún tipo de piedra. En realidad, estaba constituido por gigantescos trozos de cristal unidos por soportes metálicos, acomodados limpiamente dentro de un marco de la misma piedra que las demás paredes. Hechas de cristal también, cinco puertas dobles estaban abiertas de par en par, como incitando a entrar a cualquiera que pasara por allí.
—Y allí tienes, F, el edificio que más nos enorgullece: El auditorio —expresó Mike, a espaldas del chico. Caminaron los escasos veinte metros que restaban hasta la entrada del teatro, hasta encontrarse dentro del lugar. Felix dejó salir un “Woa...” al ver que el muro de cristal no estaba en una posición de noventa grados, sino que inclinado hacia afuera.
Felix no pudo decidir qué era más impresionante, si el interior o el exterior del teatro. La parte interna estaba hecha, tal y como supuso Felix, de los bloques comúnmente usados para los muros. Sin embargo, lo que lo hacía tan bello era el mural que lucía tanto en las paredes como la cóncava bódeda.
—¿Dionisio? —preguntó Felix, mirando el mural que exhibía al dios griego, montado sobre lo que parecía un burro, con una copa de vino en la mano, y rodeado por decenas de ménades que sostenían racimas de uvas.
—Efectivamente —confirmó Mike, dándole una palmada a Felix en el hombro, e invitándole a continuar. El chico pasó de largo las taquillas y se metió por una de las dos puertas de madera que llevaban a los asientos y al escenario.
Como en la mayoría de los teatros, los asientos se encontraban divididos en tres grupos. Felix supo después que cada grupo estaba constituido por veinte filas de veinte asientos cada una. Los susodichos eran retráctiles y estaban hechos de terciopelo rojo, dándole al lugar una apariencia muy familiar, resaltada por la mullida alfombra del mismo color.
El escenario había sido, lógicamente, construido por madera. Se alzaba dos metros del suelo, sin contar los otros dos de la zanja artificial donde los músicos se alojaban para así tocar durante la función, casi invisibles para el público.
—¿Qué sucede? —inquirió Felix apenas entró al lugar. Había varios grupos de alumnos caminando de un lado al otro, principalmente en el escenario y la parte tras bambalinas.
—Descuida, es cosa de todos los años —comenzó Mike, guiando a Felix, atravesando el teatro, hasta el escenario. Impulsándose con los brazos, el primero subió a la tarima sin usar las escaleras, cosa que el último sí hizo, sin complicarse. Estando ya arriba, Mike continuó—: El club de teatro es uno de los pocos que se reúnen aún sin que las actividades hayan empezado, pese a que comienzan con la escenografía y el vestuario, solamente; el próximo lunes, cuando empiecen las actividades extracurriculares, será cuando comiencen con las audiciones para los papeles de la obra de este semestre.
—¿Sabes de qué irá? —preguntó Felix, interesándose al ver que un chico examinaba con repugnancia unas medias de color negro.
—De una princesa y un sirviente, o algo por el estilo —respondió Mike, a la par que se metía tras bambalinas. Felix le siguió, tropezándose con un par de cables y recibiendo quejas por ello.
El par de chicos le dio la vuelta al lugar, llegando a la parte del teatro que se encontraba tras el telón, donde se encontraban los camerinos, el vestuario y montones de escenografía. Mike se acercó a un chico y le dijo:
—¡Oye, Joseph! —el chico se giró y miró a Mike con un poco de sorpresa. Ambos se saludaron con un entusiasta abrazo, e intercambiaron algunas palabras sobre sus respectivas vacaciones.
—Amigo, ¿no sabrás dónde está Michelle? —preguntó Mike— Verás, necesito su ayuda… Este tío, F, necesita un cambio. ¡F, ven y preséntate!
Felix soltó un “Oh”, antes de caminar en dirección al supuesto Joseph. El chico le ofreció su mano, y recibió una cálida respuesta.
Joseph era un pelín más alto que Felix; y más fornido, además. Como bien se enteró el chico más tarde, solía ir al gimnasio del colegio frecuentemente. Su cabello, de color negro, estaba cortado casi a ras, como suelen llevarlo los militares, lo cual le hacía parecer alguien rudo, contrario a su personalidad. Por otro lado, se encontraban sus ojos vivaces, negros también, que manifestaban lo amigable que era.
—Michelle está en ese camerino de allí —señaló una puerta que estaba detrás de Mike—, haciendo algunas cosas sobre el vestuario. ¿Es él, Michael? —preguntó Joseph, señalando a Felix sin siquiera mirarle, como si simplemente no estuviese allí.
—Mike —corrigió el chico, antes de decir—: Y sí, es él. Sólo mira su cabello —el muchacho tiró de un mechón del cabello de Felix—. Realmente necesita que Michelle le haga algunos cambios.
Fue entonces cuando Felix descubrió a qué se refería Mike: ¡Le iban a cortar el cabello! Mike no había olvidado el asunto, ¡lo había ignorado y había llevado a Felix directamente a la boca del león! Recordó lo que Mike le había dicho sobre su aspecto cuando se encontraban sentados en la biblioteca: “Tengo una amiga en el club de Teatro... Suelo ir con ella a cortarme el cabello, ¿sabes?”
—¡Mike, no! —se negó Felix, intentando retirarse del lugar. Pero Mike fue más rápido, poniéndose detrás de él y empujándolo sin reparo alguno al camerino.
—¡Mike, sí! —se burló éste, dándole el último empujón a Felix. Ambos perdieron el equilibrio con el golpe y se precipitaron repentinamente al interior del camerino. Mike se apresuró a cerrar la puerta tras él, sin olvidar poner el pestillo y agradecer a Joseph con un grito:
—¡Muchas gracias, Joseph!
—¡Cuando quieras, Michael!
—¡Michael Johnson! —gritó una voz femenina, que salía desde algún lugar detrás de un largo perchero, del cual colgaban decenas de disfraces para las obras de teatro habidas y por haber. Había ropa moderna, ropa de la edad media, de la revolución francesa… También varios disfraces, como uno de hechicero, uno de caballo y uno que era de un color verde brillante, tanto que Felix consideró la posibilidad de que fuera un disfraz de alguna verdura.
—¿Pero qué crees que estás haciendo? Entrando al camerino sin permiso algu… —la chica que acababa de salir de su escondite se interrumpió al ver a Felix. No era alta, mediría tal vez un metro y sesenta, y tampoco tenía un cuerpo exuberante, aunque seguramente sí atraía bastantes miradas. Se peinó su liso cabello castaño con las manos, pues lo tenía un poco alborotado, y miró apenada a Felix con sus brillantes ojos miel.
—Ah… —balbuceó, al ver al chico que la miraba con incomprensión. Se sonrojó un poco y miró al suelo, frotándose las manos y moviendo su pie izquierdo, manifestando lo apenada que se encontraba.
Mike se acercó a la chica y la rodeó con un brazo cariñosamente. No de una manera íntima, sino tal y como lo hacían los amigos. Le miró sonriente y le dijo:
—Verás, Mi-Mi… —comenzó a decir Mike, pero fue interrumpido inmediatamente por la chica.
—No me llames Mi-Mi si no quieres que te diga Michael —amenazó, apuntándole con el dedo índice. Mike hizo una mueca, se separó de Michelle y se interpuso entre ella y Félix alzando los brazos y dejándolos caer de nuevo, expresando que se daba por vencido. O por lo menos con esa estrategia…
Mike acarició lentamente a Michelle en la barbilla, lo cual provocó que ésta se estremeciera. El chico acercó peligrosamente a los labios de la muchacha, pero se desvió al último momento y le habló en el oído con un susurro un poco sensual, pese a que no era la palabra más adecuada:
—No querrás que lo haga… Y menos frente a él, ¿no…?
Michelle se tapó la boca con la mano, ahogando un grito, a la par que daba varios pasos hacia atrás. Mike se acercó a ella lentamente, acorralándola contra la pared. La chica retrocedió tanto que parecía que estaba sosteniendo el muro con la espalda. Felix, en cambio, aún seguía parado en el mismo lugar desde que había entrado, lleno de curiosidad.
¿Acaso hay algo entre Mike y Michelle?, pensó el muchacho, preguntándose qué era lo que Mike tenía planeado.
—¡Ah, las cosquillas! —exclamó éste entre risas, a la par que comenzaba a picarle a la chica con la punta de los dedos en el abdomen. Ésta comenzó a reír de manera incontrolable, mientras intentaba apartar a Mike por medio de rápidos manotazos.
—¡¡M-Mi-ike!! ¡¡Pa-a-ara yaaaa!! —pedía entre carcajadas, con los ojos cubiertos de lágrimas. Había parado de darle manotazos a Mike, y los había sustituido por puñetazos poco certeros, que el chico podía esquivar fácilmente al agachar la cabeza o arquearse un poco.
Finalmente Felix decidió intervenir. Con una bien calculada zancada, se colocó detrás de Mike y le picó ambos lados del vientre con los índices. Éste dio un respingo e intentó alejarse de su amigo, entre risas; pero al dar el salto hacia atrás, golpeó a Felix en la barbilla con su hombro, y ambos cayeron al suelo con un estruendo.
—¿Estará bien? —preguntó una dulce voz femenina.
—Me parece, no le golpeé tan duro —respondió otra voz, esta vez perteneciente a un chico.
Felix recordó de golpe quién era y qué hacía. Abrió los ojos sólo para encontrarse con el rostro de Mike cercano al suyo. Soltó un grito e intentó moverse, únicamente para darse cuenta de que era incapaz de hacerlo. ¡Lo habían atado a una silla!
—¿¡Qué habéis hecho!? ¿¡Por qué estoy atado!? ¿¡Qué coño pasa!? ¿¡Cuál es el maldito problema!? ¡Desatadme ya! —vociferó desesperado, moviendo la silla de un lado para otro, en un intento de liberarse.
—¡F, tranquilo! ¡F! —intentaba calmarle Mike en vano.
Felix continuaba moviéndose frenéticamente, provocando que la silla se fuese desequilibrando cada vez más. Finalmente, tras un salto extremadamente alto, una de las patas cedió ante el peso y la silla se desplomó, con Felix encima, inevitablemente hacia el frío suelo.
—¿Habéis visto lo que ocasionáis? —reclamó desde su posición— No sé qué coño intentabais al atarme a una silla, pero si no me desatáis…
Felix se interrumpió repentinamente al sentir que se le metía algo a la boca. Al tener las manos atadas, tosió lo más fuerte que sus pulmones le permitían para expulsar lo que se había tragado.
Lo logró. Sintió algo parecido a una pelusa pegado a su lengua. Con un poco de asco, escupió en el suelo.
—¿¡Cabello!? —exclamó, al ver lo que nadaba repugnantemente en su saliva. Y no era sólo ése, había decenas de montones desperdigados por el suelo. Y, peligrosamente, eran del mismo color que el cabello de Felix.
—¡No! ¡¡No!! —vociferó el chico, agitándose de nuevo en la silla— ¡¡No puede ser que sea mi cabello!! ¿¡¡Pero qué habéis hecho!!?
—F, tranquilízate… —intentó decir Michelle, pero se veía interrumpida por los ruidosos gritos de Felix:
—¡¡…haciendo eso sin permiso!! ¡¡Ya quiero saber qué le vais a decir a…!!
Repentinamente, Mike tomó un espejo de mano, se agachó y se lo puso a Felix frente al rostro.
—¡Te ves bien, tío, bien! ¡Así que cálmate! —exclamó, obligándole a mirarse en la superficie reflectora del espejo.
Lo primero que Felix notó fue que tenía sangre seca alrededor de la comisura de la boca, lo cual evidenciaba que Mike le había golpeado fuertemente la mandíbula. También pudo notar que, mientras se encontraba inconsciente, le habían quitado los anteojos y le habían lavado el gran rasguño que tenía en la mejilla, deshaciéndose además de la tirita.
Su cabello estaba cambiadísimo, el volumen había disminuido considerablemente, lo cual también hacía parecer que el color de su pelo era más claro. Apenas le llegaba a las cejas, y lo habían cortado desvanecido, al igual que el cabello que le caía hasta media oreja. También le habían puesto algún líquido brillante, pues su pelo reflejaba la luz como sólo lo hacía cuando se mojaba.
Mike levantó a Felix del suelo, con un poco de esfuerzo, y se ocupó de desatar los nudos que le tenían inmovilizado contra la silla.
—¿Qué... habéis hecho...? —preguntó, incrédulo, una vez que Mike le había liberado. Se puso de pie y se sacudió los restos de cabello de la ropa, especialmente de la parte trasera de la camisa, donde había una alarmante acumulación, pues el pelo cortado había quedado atrapado entre la espalda del chico y la silla.
Fue Michelle la que lo explicó, hablando con una notable emoción en la voz:
—Primero te empapé por completo y me deshice de los nudos con un peine abierto, y luego te cepillé hasta dejártelo completamente liso. Te quité volumen de la coronilla y te corté las puntas con unas tijeras de degrafilado. Finalmente te puse extracto de semilla de uva y te sequé el cabello. El peinado se hizo por sí solo una vez tu pelo estuvo seco.
—¿Qué me dices ahora, F? —intervino Mike— ¿Confías ahora en Michelle?
—No.
—¿Qué?
—Pero aprecio el hecho de que por lo menos lo hizo bien —respondió Felix, tocándose el cabello, aún incrédulo.
Sin previo aviso, el teléfono móvil de Felix comenzó a vibrar en su bolsillo. Tuvo dificultades para sacar el aparato de su bolsillo, pues estaba demasiado apretado. Presionó un botón y la pantalla se iluminó al instante, mostrando la causa del aviso:
Ver Salir
—¡Veintitrés! —exclamó Felix, atónito. Les dedicó una mirada de disculpa a Mike y a Michelle, y luego expresó—: Tendréis que… perdonarme, pero me parece que mis padres me buscan con desesperación.
—Hasta luego —se despidió Michelle.
—Nos vemos —dijo Mike, agitando la mano.
Felix soltó un gran suspiro una vez se lanzó en su mullida cama. Había tenido mucho para haber sido el primer día.
Había llegado tranquilamente a su casa, después de quince minutos de viaje en autobús, para sólo recibir una regañina por parte de sus padres por haberse cortado el cabello sin permiso y haber perdido sus gafas, además de que no les había respondido las llamadas. Afortunadamente, sus padres prometieron comprarle unas más delgadas o, si lo deseaba, unos lentes de contacto.
La familia de Felix era de lo más normal, excepto por el hecho de que se veían obligados a mudarse cada año. Sus padres rondaban los cuarenta y cinco años; su madre se ocupaba de la casa, mientras su padre trabajaba la mayoría del tiempo, a excepción de las noches y el domingo, además de contar con una pobre hora y media para comer durante el mediodía.
Felix tenía un hermano y una hermana; mayor y menor, respectivamente. Su hermano mayor, Kyle, ya no vivía en casa, pues se había ido a estudiar la universidad. Cuando vivía allí, constantemente competía contra Felix en todo, ya fuesen deportes, resultados académicos, e incluso cosas sin importancia. Por ejemplo, el chico atesoraba un recuerdo de cuando él y Kyle habían competido para ver quién comía más en un buffet. A pesar de todo, los dos hermanos llevaban una buena relación, y sus competencias jamás se convertían en peleas.
Lo contrario sucedía con su hermana menor, Lily, con quien tenía discusiones constantes. La chica, de apenas trece años, pasaba por esa etapa en la que se está en contra de todos. Si no peleaba con sus padres, generalmente por no conseguir lo que quería, se empeñaba en molestar a Felix, a quien solía llamarle “Espécimen”. A Kyle, en cambio, le llamaba simplemente “Neandertal”.
Su casa, por otro lado, no era pequeña, pero tampoco demasiado lujosa. Era perfecta para la familia de cinco personas... excepto por el hecho de que Felix se veía obligado a dormir en una habitación que seguramente había sido construida como una bodega, pues era demasiado pequeña para el chico. Habían tenido que desarmar la cama, meter las piezas y armarla de nuevo en la habitación, pues era imposible maniobrar con ella en el cuarto. Pese a esto, el chico se animaba pensando que, una vez estuviese bien acomodado todo, podría mudarse a la ahora vacía habitación de Kyle.
—Felix, cariño, ¿podrías venir, por favor? —llamó su madre desde otra habitación. El chico solto un bufido, cerró el cuaderno en el cual estaba haciendo sus deberes, y se dirigió a la habitación de sus padres.
—¿Sí? —preguntó una vez que estaba allí. Tanto su padre como su madre le miraron con sus oscuros ojos color marrón, contrariamente a los de Felix, que eran verdes. Toda su familia tenía los ojos del mismo color, incluyendo a Kyle y a Lily. Consideraban a Felix la oveja negra, debido al hecho de que no tenía mucho parecido con sus padres. Muchas veces Lily le decía que era adoptado, pero el chico se consolaba diciendo que era simplemente un gen oculto que se había manifestado sólo en él.
—Hijo... Te tenemos muy malas noticias —expresó su padre. Acompañadas por su serio tono de voz, aquellas palabras no dejaban lugar a otra cosa: algo malo estaba por venir.
—¿Ocurre algo? —preguntó Felix, con un nudo en la garganta que le impedía respirar bien.
—Verás... La mudanza nos ha dicho que...
—...se han perdido varias cajas. Entre ellas tus cosas —terminó su madre.
—¡Qué! —gritó Felix, estupefacto y furioso a la vez— ¿¡Y qué ropa se supone que usaré!?
—La que Kyle no se ha llevado a la universidad —respondió su padre.
—Los de la mudanza nos han dado una compensación, así que este fin de semana, cuando tengamos tiempo, iremos a comprarte la ropa que quieras. ¿Está bien?
—Vale, vale —respondió Felix, enfadado, antes de marcharse a su habitación.
[Nota del Autor: Mientras escribía esta escena, escuchaba ESTE tema. Espero que os ayude a meteros en la historia, tal y como lo hizo conmigo]
—Mi vida es cada vez más desesperante —murmuró Felix para sí, ya más tarde, mientras se preparaba para dormir. Miró por la ventana que estaba al lado de su cama, admirando la tranquilidad de la calle nocturna.
Fue aquella noche cuando les vio por primera vez. Eran negros, negros como la nocturna infinidad que les rodeaba. Y como la misma luna que colgaba en aquella bóveda, decenas de amarillos ojos le miraron. Medirían aproximadamente dos metros y medio, pero debido a que iban encorvados y con las piernas flexionadas, no superaban la altura de un hombre normal.
Le aterraron sus brazos. Eran desiguales al resto de sus cuerpos; los balanceaban como péndulos, de una manera espeluznante y casi asquerosa. El dorso de sus manos rozaba el suelo, y sus oscuras garras al unísono provocaban un chirrido que paralizó a Felix.
Felix observó a las sombras y las sombras observaron a Felix hasta que el chico cayó dormido.
A la mañana siguiente, el joven ya había olvidado todo.
Respuestas:
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Carlos Sobera (Habimaru/Reiji).- Estoy muy agradecido contigo por haberlo leído, amigo. Ahora me toca a mí leer Sekai~~
Sombra.- La respuesta está en las preguntas frecuentes.
Sombra.- La respuesta está en las preguntas frecuentes.